Hace una semana la polémica rodeó a la Comisión de Cultura y Cinematografía de la Cámara de Diputados.
La atención pública se centró en este órgano legislativo porque se definió que sería encabezado por la fracción del (extinto) Partido Encuentro Social, instituto político conservador, el cual no contaba con una agenda programática conocida en la materia.
Pronto, creadores, artistas y demás integrantes de la vida cultural del país levantaron la voz para condenar que dicha comisión fuera entregada al PES: le exigieron a Morena que reconsiderara el reparto y se le retirara, para que fuera presidida en su lugar por un miembro notable del partido mayoritario en la Cámara.
Al menos por los méritos curriculares, existían contendientes sobresalientes para presidir esta comisión. Por ejemplo, se podría haber optado por el diputado que llegó bajo las siglas de Morena por el distrito 5 de Baja California, Mario Ismael Moreno. Él fundó la Casa de la Cultura de Tijuana, es poeta, arquitecto, conductor de televisión y activista social.
Otro perfil que también destaca por su trayectoria en el sector cultural, particularmente en el editorial, es el diputado plurinominal por la quinta circunscripción Hirepan Maya, quien se ha desarrollado como encuadernador, editor independiente y promotor cultural en el estado de Michoacán.
Sin embargo, el elegido para ser presidente de la comisión fue Sergio Mayer, diputado por el distrito 6 de la Ciudad de México. Mayer Bretón es un conocido actor de telenovelas, productor y activista por los derechos de la infancia.
Dicha designación volvió a generar revuelo, pues hubo quien cuestionó las competencias, los estudios y el pasado laboral del actor para coordinar los trabajos de la Comisión de Cultura.
Para este punto ya existían dos bandos que descalificaban sin mayores elementos a Sergio Mayer, así como quien lo ensalzaba como un conocedor de la vida cultural del país. Dos bandos sin escucha, dos bandos decididos a machacarse a golpe de teclado, dos bandos ruidosos y sordos.
Por un lado podríamos argumentar que cualquiera de los tres diputados podrían haber aportado su experiencia al quehacer de la comisión; podríamos haber leído con atención el trabajo que cada quién ha realizado desde su campo laboral.
Pero no, las descalificaciones volaban en ambos bandos. Se cuestionó el pasado laboral de Mayer, a lo que el otro bando contestó que de “Nada importa quién presida las comisiones”. Quienes nunca habían protestado por los recortes en el presupuesto al sector cultural, pronto se volvieron sus defensores y se indignaron con Morena.
Llegado el momento de cerrar las discusiones en las redes sociales, estas remataban con frases como “Cuando ganen con 30 millones ustedes decidan quién encabeza cultura. Pejezombie. Chayotero fifí. Morenazi. Vamos a ser Venezuela. Ya se van.” Gritándole al precipicio, así vivimos desde hace unos meses.
Esta polarización del país a nadie beneficia. Quizás es momento de dejar a un lado las discusiones huecas, los alaridos, las dicotomías ficticias. Este caso nos recuerda que no por mucho hablar de un tema se logra una discusión profunda.
Durante esta coyuntura pocas voces se centraron en señalar los recortes al presupuesto de cultura, los conocidos moches para asignar recursos federales a los proyectos artísticos o, incluso, la pertinencia de imaginar nuevos mecanismos para la asignación de comisiones. Nos fuimos a las formas y dejamos sin mover el fondo.
Estar a favor de las consultas y de escuchar con atención a las comunidades afectadas por los proyectos federales no está peleado. Creer que los censos de programas sociales los debe hacer el INEGI no significa estar con los coyotes que se han enriquecido por sexenios. Cuestionar al nuevo gobierno no implica codearse con “los otros”.
Hay una porción de la población que no estamos ni con la defensa a ultranza ni con los ataques desesperados; quienes valoramos la sensatez del matiz, la rectificación, el diálogo y conceder en la otra persona la posibilidad de tener la razón.
A veces se vuelve indispensable recordar que la crítica no siempre viene de quien tiene intereses en verte perdido. Que hay sectores críticos al próximo gobierno que fueron críticos con el gobierno anterior, como mecanismo de duda razonable frente al actuar político.