Opinión

René Delgado: Calma… y algo más

Las circunstancias. | Alrededor de AMLO se están dando diversos acontecimientos | Fuente: Oscar Castro

Conciliar convicción con condición exige calma e inteligencia. Hoy, menos que nunca, la política interior es la mejor política exterior.

La circunstancia nacional e internacional obliga a distender la política interior y revisar con objetividad el alcance de su finalidad, así como desplegar los principios de la política exterior sin ignorar nuestra ineludible posición geopolítica-económica. El momento es delicado. Sin remontar la crisis sanitaria y resintiendo los estragos económicos de aquella, se está a la puerta de una conflagración militar que, de no conjurarse y reencauzarse a la vía diplomática, podría tener un impacto brutal fuera, pero también dentro de México.

De ahí la importancia de guardar la calma… afinar la política interior y aplicar la inteligencia diplomática que, más de una vez, ha distinguido al país y le ha permitido salir avante de complejas encrucijadas.

La osadía militar perpetrada por el mandatario ruso Vladimir Putin contra Ucrania, aparte de transgredir la frontera y violentar la soberanía de ese país, ha puesto al descubierto una realidad: la fragilidad del entramado institucional de la diplomacia multilateral, regional y bilateral de más de una potencia occidental… mientras China mira con particular interés cuanto ocurre.

La ligereza con que hace años se entendió la desintegración de la Unión Soviética y la caída del muro del Berlín como el fin de la guerra fría e, incluso, de la historia, acompañado del embarazo de la globalización, hoy coloca en un apuro, valga la expresión, la inestable estabilidad mundial. Ante el brutal desafío planteado por Putin nada funcionó. No operó el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, tampoco la Unión Europea como tal ni los esfuerzos bilaterales, destacadamente el de Francia, a través de Emmanuel Macron, para conjurar la intimidación militar que, por lo pronto, ya cobró acción. De las advertencias y la postura de Estados Unidos, mejor ni hablar.

Si el deterioro del medio ambiente y el peligro del sobrecalentamiento del planeta dejaron ver el desconcierto de las naciones ante una amenaza global y la pandemia lo exhibió con inhumana crueldad, ahora el amago de una conflagración bélica lo expone con crudeza. No hay concierto.

Con o sin cálculo, Vladimir Putin tomó ventaja de una particularidad: la ausencia de liderazgos en Europa y el norte de América, así como del momento que más de un país, de este o aquel lado del Atlántico, afronta política o electoralmente.

Francia va a elecciones con una derecha que agita la bandera de la libertad, montada en el malestar causado por la pandemia y sin que Macron defina su postura. Estados Unidos va a elecciones en noviembre en medio de la polarización sembrada por Donald Trump y sin que Joe Biden las traiga todas consigo. El gobierno de Gran Bretaña vive la cruda de las fiestas de Boris Johnson. Curiosamente, la postura más firme la mostró el naciente gobierno del canciller alemán, Olaf Scholz, que carga con el peso de la sombra dejado por Angela Merkel, tras dieciséis años en el poder.

Aunado a ello el anuncio de sanciones no conjuró ni frenó lo que a todas luces se veía venir. No contuvo a Vladimir y, en sentido contrario, sí desató los efectos de la incertidumbre económica provocada por la posibilidad de una conflagración. Al menos, los precios del petróleo y el gas se elevaron y falta por ver qué ocurre con la presión inflacionaria que pueden desencadenar. El Fondo Monetario Internacional ya estudia qué consecuencias puede acarrear el conflicto.

Sin elementos ciertos sobre la evolución de los acontecimientos y la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas –hasta el momento de enviar este Sobreaviso–, la realidad deja en el aire el ascenso o el descenso del conflicto, el respiro o la asfixia en suspenso.

En la escala nacional, la nueva circunstancia internacional obliga –aun si se insiste en el concepto– a empatar la política interior con la exterior y asegurar hasta donde sea posible la recuperación económica.

Es incongruente pedir hacia afuera la solución pacífica de los conflictos, el diálogo, la no intervención y el apego al derecho, cuando adentro se anima la confrontación, se repudia la negociación, se interviene o invade la esfera de los órganos autónomos y se pone en duda la vigencia del Estado de derecho. No se puede mostrar titubeo afuera y presumir cero zigzagueos adentro. Es absurdo instar a cerrar frentes allá y abrirlos aquí. Es contradictorio instar a buscar el equilibrio y el centro en el exterior y borrarlos al interior.

Sí, ciertamente, es la hora de las definiciones políticas y diplomáticas reconociendo la circunstancia y el margen de maniobra, ingredientes fundamentales en ambas actividades, donde con frecuencia postular y defender principios exige cierta dosis de pragmatismo.

En el ámbito económico es menester, ante la posibilidad de un nuevo vendaval, revisar y ajustar su curso.

Sostener precios a costa de las finanzas no es una solución. Ahuyentar en vez de atraer inversión no es un riesgo, sino un peligro. Actuar como si nada estuviera ocurriendo o pudiera ocurrir, una insensatez. El momento dicta generar una atmósfera de confianza y certidumbre. A saber, cuánto tiempo durará esta nueva crisis que se encima sobre la anterior y, sobra decirlo, las recaídas a veces son peores que las caídas.

Ante ese cuadro y pese a la voluntad, es preciso prevenir qué efectos puede acarrear la realidad y cómo se pueden contener o atemperar al menos.

Hay, pues, mucho qué hacer en poco tiempo. Conciliar las convicciones con las condiciones exige calma… e inteligencia. Si como está la política interior se insiste en que esa es la mejor política exterior, es no entender el momento y jugar a la ruleta rusa.

René Delgado 25.08.2022 Última actualización 25 febrero 2022 7:8

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