Seguridad

La invisible frontera sur, el gran negocio de la migración

Frontera abierta. | Migrantes cruzan de forma ilegal hacia Tapachula, Chiapas | Fuente: Cuartoscuro
CREEMOS QUE IMPORTA POR...

Porque nuestra frontera sur no tiene tanta atención como la norte

Al caminar por la calle de la aduana de El Carmen, del lado guatemalteco, a sólo unos metros de la entrada a México, un hombre sucio con una camiseta decolorada se acerca a quienes se aproximan a la frontera. Muy de cerca les dice: “¿Va a las lanchas? Yo lo puedo pasar legal, arreglarle sus papeles, si quiere. ¿Me entiende lo que le digo?”. 

En cinco minutos se puede cruzar de Centroamérica a nuestro país, a bordo de una llanta inflada que sirve de balsa. 

Mientras en la frontera norte de México, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha ordenado mayor seguridad para evitar el cruce de migrantes ilegales, en la frontera sur, la línea divisoria parece invisible. Es una franja de impunidad que se aprovecha de la migración y donde todo está a la venta. Hasta las personas. 

Arriba del embarcadero improvisado, en el puente de la aduana, los migrantes no cruzan de manera legal, porque la mayoría no tiene pasaporte. Prefieren arriesgarse con coyotes y traficantes, porque muchos ni siquiera tienen un documento de identidad de sus naciones. Salieron huyendo y han perdido casi todo en el camino. Otros les temen a las autoridades, quienes también los extorsionan. 

Volar a Houston, Texas desde Tapachila cuesta 296 dólares; a Tijuana, Baja California, tres mil 900 pesos mexicanos; en camión a Ciudad Juárez, Chihuahua, mil 500, con salidas jueves y sábado. Si no se tiene dinero, se puede conseguir un trabajo temporal en Tapachula, limpiando casas o vendiendo dulces, por 30 o 50 pesos al día. En un puesto de comida salvadoreña en la calle -muy popular en el centro- se ganan 80 pesos diarios. 

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) y organizaciones civiles que se dedican a apoyar a migrantes coinciden en que en esta zona existe un mercado que los explota. Desde trata sexual o laboral, hasta abogados que prometen agilizar sus visas y a veces sólo los defraudan. Las personas en tránsito son las más vulnerables, debido a que la mayoría desconoce sus derechos. 

Para la migrante Adelfa María Rivera lo más duro de su viaje de Honduras a México fueron las aduanas. Salió de su país con sus dos hijos a cuestas, uno de cinco años y otro de siete meses.

“El viaje es bien difícil. En ese momento cuando no te dejan pasar porque no tienes el suficiente dinero, te dicen que si no les das algo, te van a quitar a tus hijos. Yo les tuve que demostrar que no tenía nada’”, cuenta desde uno de los cuartos del albergue “Todo por Ellos”, en Tapachula, Chiapas, donde ha encontrado refugio.

Adelfa María huyó de Honduras porque de “Las Maras”, como se conoce a la pandillas centroamericanas, nunca pudo esconderse. Se fue de Choluteca, la ciudad donde nació, porque las pandillas mataron a su hermano mayor, e intentaron reclutar al menor. Cada vez que se cambiaba de ciudad le mandaban algún mensaje a su celular diciendo que ya la habían encontrado. Hasta en Tegucigalpa, la capital hondureña, lograron alcanzarla. Entonces se fue. 

Ella pagaba su derecho de piso para que la dejaran en paz. Hacía ropa y les daba una cuota. Según los pandilleros, la mantenían protegida. Hasta que un día se llevaron la máquina de coser. “Yo se las di. Mejor la máquina que mi hijo”.  

Esta hondureña lleva tres meses en el país, esperando a que el gobierno mexicano le dé el estatus de refugiada y pueda recomenzar con su vida. Por ahora, su espacio es la cama de abajo de una litera donde duerme con sus hijos. Cuando pueda irse de Tapachula va a buscar a su mamá a Veracruz. Ella trabajaba limpiando casas, pero hace un año se dejó de comunicar con su hija. 

Para Paola Bolognesi, representante de la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), todavía hace falta mucho trabajo por hacer. “Hay un negocio alrededor de los migrantes propiciado por la falta de información que contribuye a que la gente entre en redes de tráfico, redes de coyotes”.

El problema llega también cuando el dinero se acaba. Como con José, de 16 años, cuyo sueño es ser cantante y conocer a su padre en Estados Unidos. Vivía en Honduras con su mamá, pero ella se murió en un accidente de tránsito y él decidió irse. Tenía algunos ahorros, que se fueron quedando en el camino, sobre todo cuando cambió su dinero a quetzales, la moneda de Guatemala, y sólo le dieron la mitad de lo que le correspondía. 

Mientras tuvo dinero, José rentó un departamento en la colonia Las Américas, en Tapachula. Después, lo echaron. “Me ofrecieron muchas cosas…hacer videos, pornografía. Pensé que me iban a obligar, pero sólo me dijeron que yo me lo perdía”, relata.

Ramón Verdugo, coordinador del albergue “Todo por ellos”, cuenta que “aquí en Tapachula no es el crimen el que secuestra, el que desaparece. Aquí lo que se da mucho es la trata sexual, laboral, el engaño. Donde traficantes de personas se aprovechan de la necesidad de la gente”. 

Mariana León 01.14.2017 Última actualización 01 febrero 2017 6:14

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