Pocas cosas más mexicanamente clasemedieras que el odio al influyentismo. Fueron décadas, toda una era, en que los mexicanos vimos cómo aquéllos con “palancas” desplazaban a los del mérito. Por eso fue echado el PRI en 2000-12… y eso va a condenar a Andrés Manuel López Obrador.
El último ejemplo del influyentismo del partido que juró a los electores que no era igual a sus antecesores es tan burdo que cuesta trabajo creer que en el gobierno se hayan atrevido a tamaña estulticia.
¿Alejandro Gertz Manero ha construido en tres años para sí una imagen de fiscal implacable, eficaz e imparcial? Ustedes respondan. Mientras, hay que decir que su paso por la Fiscalía General de la República ha estado marcado por su protagonismo en casos en que es beneficiario de dinero o distinciones, por su coincidencia con los deseos del titular del Ejecutivo –de quien se supone autónomo– y por su rala efectividad a la hora de conseguir sentencias condenatorias.
Gertz Manero ha logrado que una fiscalía independiente como se supone que es la de la Ciudad de México revise un caso que había sido inicialmente rechazado, contra la familia de su cuñada, una anciana enferma, y encarcele a la hija de ésta. Él alega que es víctima de una extorsión. Si un guionista hubiera presentado a Netflix esa trama como producto de su imaginación no hubiera pasado de la recepción, pues hasta en el país del surrealismo perpetuo lo bizarro tiene límites.
Ese caso donde Gertz Manero demanda reparación del daño ha llegado a la prensa internacional porque urbi et orbi llama la atención la energía que ha dedicado el fiscal de un país con enormes retos de justicia para litigar un asunto que no había procedido sino hasta que él ocupó la fiscalía más importante del país.
Si eso no era ya un motivo para cuestionarse si tenemos a la persona idónea en uno de los cargos más delicados de la administración pública, hoy la pregunta es impostergable: la semana pasada ha sido difundido un tema que llevaba meses siendo un escándalo sotto voce en los círculos académicos de nuestro país.
Gertz Manero ha alcanzado –es un decir– el nivel III del Sistema Nacional de Investigadores al mismo tiempo que se desempeña, o que debería desempeñarse, como fiscal General de la República.
La historia ha sido ya contada por la prensa, pero en apretado resumen: el fiscal se ha visto beneficiado con esa distinción académica luego de que un disminuido –de grosera manera desde el gobierno forzaron la renuncia de una genuina directora hace justo un año– Conapred pidiera que se revisara el caso de Gertz Manero, que durante más de una década intentó inútilmente convertirse en miembro del SNI.
Ahora, con el aval del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, que pidió revisar su caso, el otrora respetable Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología le ha dado la máxima categoría al señor cuyos desvelos deberían estar enfocados en que los mexicanos comprueben que este gobierno va en serio en su promesa de procurar justicia.
El influyentismo erosiona sin remedio la noción de igualdad. Genera una animadversión que no se va. Porque la injusticia del inmerecido premio discrimina a muchos y enerva a más. Es un cáncer lento pero infalible. Es una cara burda, de cuantas haya, de la corrupción.
El influyentismo fue la marca del régimen priista y sus expresiones han contaminado también a las otras fuerzas políticas. Pero que el gobierno de López Obrador incurra en ese pecado será mortal en las próximas elecciones. Aunque falte mucho.