John B. Reuter murió ayer a una edad muy muy prematura. Deja una familia con raíces mexicanas y grandes recuerdos de lo que es un gran editor.
El periodismo de México de este siglo se nutrió de su original estilo y nada menor arrojo. Es una pena que no estará más con su mujer e hijos, ni al frente de sus originales proyectos. Fue un privilegio verlo en acción, una gran oportunidad haber colaborado con él.
No puedo contarme entre los que más lo trataron ni decir que fuimos amigos, cuates pues. Me contrató a finales de 2004 y durante tres años dirigí Chilango al amparo de su visión y apoyo.
En ese periodo atestigüé el talento de un exigente y explosivo jefe; de un tipo comprometido con el éxito empresarial, pero también con que los empleados disfrutaran su chamba y que ello se tradujera en salario y condiciones laborales dignas, que entonces (y no se diga ahora) ya era mucho decir.
Aquel Grupo Expansión de principios de los dos miles era un ejemplo del mejor de los mundos.
En la casona de Constituyentes se alentaba la informalidad que hoy todos agradecemos en eso llamado trabajo remoto, pero nadie debía confundir esa permisividad en los modos con relajamiento del rigor y menos con licencia para no llegar a las metas, no cumplir lo pactado, no estar a la altura.
Cuando algo no salía bien, John gritaba. Le desesperaba la mediocridad, lo chafa, lo que pudo ser excelente, eso que se quedaba en ya merito, ‘ai pa lotra’, si hubiéramos tenido parque…, iba a ser la mejor portada pero el editor se chingó la rodilla, esdequé… nada de eso valía con él. Nunca.
En estos tiempos de redacciones (y para el caso, oficinas) tan modositas, muchos aprendices de periodismo, diseño, fotografía, ventas, producción o relaciones públicas pagarían por haber estado en las estridentes sesiones en las que John lograba que su equipo hiciera todo lo posible, literalmente todo, para obtener la mejor portada, el mejor artículo, la fotografía perfecta, la revista impecable, un sensacional evento, la mayor audiencia.
No sé de nadie en aquella redacción multimodal que producía una docena de grandes revistas que haya agradecido un grito de John, como tampoco recuerdo que alguien haya dicho que tras la ríspida sesión surgió un peor producto.
Recuerdo en público esa parte de su carácter no porque fuera la más importante ni la que lo distinguía. Era algo de su estilo, pero sólo eso, una faceta más de un tipo talentoso y, por supuesto, defensor a muerte de su equipo, un tipo obsesionado con la planeación y con pensar en grande.
Creía en el periodismo sin concesiones y en que la mejor defensa de éste era la claridad de su objetivo, la solvencia de la información, la pulcritud en la escritura, la contundencia en balazos y diseño de una portada, la belleza de una revista bien hecha centímetro a centímetro, incluidas promoción y venta.
Y de una manera nada sensiblera creía en México. En aquellos años nos alentaba a leer todo lo que no fuera mexicano como una forma de ver todo lo que valía la pena de lo mexicano. Y viceversa. No era un extranjero, era un natural, de aquí y de allá.
No pocos agradecen desde ayer las oportunidades recibidas. Eso fue John, invitaba a trabajar, dejaba trabajar, exigía trabajar, aplaudía la ambición, premiaba el trabajo original, y reclamaba las “pinshis pendejaras”.
Todos los días se muere gente, no todos los días se muere un John B. Reuter. Editor de los grandes.