Isabel Arvide utilizó la ceremonia patria para gritar vivas a López Obrador. Jorge F. Hernández criticó en la prensa a un funcionario menor (nunca mejor dicho). La primera no ha sido descalificada por su jefe, el segundo fue cesado groseramente. Dos caras de esa extraña moneda que es Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores de México.
Al dar el Grito de Independencia en Estambul, la señora Arvide no se contuvo. Ensalzó sin rubor al Presidente que hace unos días señaló que cuando se haya ido no quiere que se le nombre en vano. Quien está llamada a conducirse como representante en el exterior de todos los mexicanos, no tuvo empacho en meter a AMLO entre los héroes patrios.
Su viva a López Obrador constituye un exceso indebido, contrario incluso, si por un minuto llegáramos a creerlo, al discurso republicano del actual gobierno. Sin embargo, es poco probable que la señora Arvide sea llamada a cuentas por su desatino.
Porque para el canciller Ebrard no es lo mismo criticar a un funcionario menor (insisto), como hizo Jorge F. Hernández, que desaforarse en una ceremonia cívica en parabienes al Presidente. Al primero, por disentir lo despidieron de la agregaduría cultural en la embajada de México en España, encima difamándolo en un procedimiento cuajado de errores que sólo se superaba con las horas.
Las dos varas con que mide Ebrard son propias de este canciller, que lo mismo despliega capacidad para articular una mesa de diálogo para la reconciliación en Venezuela, que nombra cónsul a Arvide, a la que luego le tolera bochornosos desplantes.
En el affaire de Jorge F. Hernández, además de lo cuestionable del despido, resulta revelador cómo la misma oficina que ha sido capaz de conseguir una óptima cantidad y calidad de vacunas contra el Covid-19 se muestra incapaz de operar satisfactoriamente la separación de un agregado cultural como el que tuvimos en Madrid hasta hace cinco semanas.
El gobierno puede cambiar de funcionarios en sus embajadas, qué duda cabe. Incluso si se consideraba que los comentarios de Hernández eran incompatibles con esta administración, pudieron solicitarle su renuncia. Pero desde comunicados oficiales con fallas en el nombre de la todavía embajadora hasta el cambio de versiones sobre la causa verdadera del cese evidenciaron que la Cancillería, que ha sido puesta como ejemplo de eficacia, puede incurrir en pifias elementales.
Ebrard es considerado por un sector como el presidenciable que más podría convocar a los votantes sueltos que, resignados ante un “inevitable” nuevo triunfo de Morena en 2024, verían en él "al menos malo".
Sólo recordar que en estas horas en que México será visto como un líder para temas latinoamericanos, estamos hablando del mismo funcionario que operó el plan de Trump para convertir a México en patio trasero de Washington, al aceptar que quien solicite asilo a Estados Unidos espere su trámite en suelo mexicano. Y que es el máximo encargado, también y por decreto presidencial, de las abusivas políticas antiinmigrantes en nuestra frontera sur.
Ni qué decir de que como máximo responsable de la diplomacia mexicana Ebrard encaja, y sin inmutarse, decisiones como la anunciada el fin de semana por López Obrador, esa de que enviará a la embajada de México en España a un priista sin experiencia ni talla internacional. La embajadora María Carmen Oñate Muñoz, con apenas catorce meses en ese puesto, no merecía tal descortesía.
Así es Ebrard, sorprendente para bien y a veces para mal. El canciller de Arvide y Quirino, el de la Celac y el diálogo venezolano. Singular mezcla de eficacia, errores y sumisión a López Obrador.