Hay al menos dos factores que Marcelo Ebrard no parece considerar sobre su eventual candidatura presidencial. Situaciones que hubiera sido difícil de preveer hace poco, pero que con el devenir de las cosas hoy podrían ser obstáculos incluso si Movimiento Ciudadano le abre la puerta.
El excanciller perdió la candidatura de Morena frente a Claudia Sheinbaum en una campaña definida por López Obrador como de relevo generacional. El Presidente cumple este noviembre 71 años, Ebrard el mes que entra 64 y la exjefa de Gobierno de la capital recién cumplió 61.
Andrés Manuel y el frustrado aspirante tienen carreras paralelas, y aunque el primero ha sido jefe real y formal del segundo, también han sido iguales.
Ambos se conocen desde los albores de los noventa. La carrera política de AMLO debutó a nivel nacional con protestas que terminaron en negociaciones con el equipo de Manuel Camacho, entonces regente del Distrito Federal. MEC fue interlocutor del tabasqueño en esas pláticas.
Tras la salida de Camacho y Ebrard del PRI, y de su intento de lanzar un partido, ambos se acercarían con López Obrador. Como él mismo lo presume, Marcelo declinó por Andrés Manuel en 2000 para impedir el triunfo electoral de Santiago Creel en el Distrito Federal.
Jefe de la policía y secretario de Desarrollo Social en el gabinete de AMLO, éste se decantó por el capitalino para que le sucediera en el GDF en 2006, elecciones en las que se creía seguro que el tabasqueño ganaría la Presidencia. Ahí empieza la tercera etapa de su relación.
Lopezobradoristas acusan que en tiempos de Ebrard en el GDF les marginó, y como es sabido llegó incluso a disputarle a su exjefe la candidatura presidencial de 2012. Por lo que, sin estirar mucho la liga se puede decir que en más de un sentido son contemporáneos. Vienen de los mismos lodos.
Marcelo es producto del viejo régimen. Parte de sus atributos proviene de esa etapa: su habilidad ejecutiva, su idea del poder, su capacidad negociadora, su conocimiento de las reglas de la grilla. Porque es, como Andrés Manuel, un cuadro formado en el PRI. No es crítica, conste.
La competencia electoral ha puesto, hasta hoy, en la boleta para la Presidencia a dos personas que nunca militaron en el partido tricolor. Y como ya se ha dicho, hasta el PRI vivirá en 2024 un fenómeno inédito: se resignó a que lo abandere Xóchitl Gálvez, al menos en el papel, una panista.
Gálvez tiene 60 años. Pero ella y Sheinbaum vienen de contextos muy distintos a Ebrard. La primera es empresaria y entró a la grilla cuando llegó al gabinete de Vicente Fox (2000); su primera campaña sería en 2010, en Hidalgo, donde perdió. En 2015 ganó la Miguel Hidalgo y de ahí pa’l real.
Cuando Sheinbaum estaba en el movimiento estudiantil de la UNAM de 1986 (que inició en septiembre 11, por cierto), Ebrard ya era funcionario federal. Ella hizo carrera científica desde la izquierda antes de incorporarse en 2000 al gobierno capitalino de López Obrador.
El relevo generacional, y de cultura política, se le atraviesa hoy a Marcelo como un obstáculo. Si se lanza, esa condición podría lastrar sus oportunidades: con Claudia o con Xóchitl llegaría a la Presidencia un cambio generacional y de cultura del poder.
El otro factor es mucho más sencillo de exponer: afortunadamente, en México se ha instalado que #estiempodemujeres. Y no hay reversa.
Hoy que anuncie su decisión, veremos si Marcelo valoró esta nueva realidad que –ni modo, así pasa– nadie pudo haber previsto. Ni él.