Como el régimen se siente enrachado, la resolución de este jueves en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde se estableció la constitucionalidad de la Ley de la Industria Eléctrica de AMLO, no significará que el Presidente abandone el intento de pasar en el Congreso su iniciativa energética. Lo cual, de nuevo, pone a los mexicanos con el PRI en la boca.
¿Qué va a hacer el Partido Revolucionario Institucional frente al acoso y derribo en su contra emprendido desde hace meses, pero intensificado en las últimas semanas, por Andrés Manuel López Obrador?
La pregunta es pertinente, pues quien crea que el mitin del lunes, donde líderes y legisladores del PRI anunciaron su rechazo a la iniciativa del tabasqueño, desvanece lo justificado de las dudas, puede que no esté viendo claramente.
La larga historia de decepciones a la que el PRI tiene acostumbrada a la sociedad permite la especulación sobre el comportamiento de los legisladores del tricolor en el Congreso, que hasta ayer tenía acordado iniciar las discusiones sobre el proyecto energético lopezobradorista en San Lázaro en plena Semana Santa.
Algunos del tricolor podrían votar a favor, o simplemente ausentarse en la votación para hacer más relevante la mayoría oficialista, que busca alcanzar las dos terceras partes de los legisladores presentes.
Ambos comportamientos no serían nuevos. Incluso días atrás algunos legisladores de ese partido en el Senado ayudaron a Morena en su intención de impedir que comparecieran los responsables (es un decir, ojalá fueran responsables, pero ni eso son) de Fonatur, Semarnat y Profepa para hablar del Tren Maya y sus impactos ambientales.
Lo anterior, sin hablar del sainete que se armó en la oposición cuando un diputado cercano al grupo de Rubén Moreira presentó una iniciativa de reforma parecida a la de Morena. Esa propuesta fue triturada, pero –ya se sabe– en política las casualidades no existen. ¿Quién se va a creer la versión de que ese legislador actuó a nombre propio justo en esta coyuntura? Nadie quien conozca a los priistas.
La discusión eléctrica ya desnudó a algunos ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que en el pasado se la habían dado de técnicos (Ortiz Mena) o de comprometidos con el Estado de derecho (Zaldívar). La sesión de ayer quedará para la historia de la gente que no estuvo a la altura en graves circunstancias.
Ahora viene el turno del otro poder, del Legislativo, donde el PRI tiene una presencia modesta con respecto a los tiempos en que fue el partidazo (13 senadores y 71 diputados), pero más que suficiente para detener al Presidente o para abrirle la puerta a su reforma.
Si la idea, diseminada por doquier desde hace semanas, de que los priistas catafixiarían la reforma energética que borra a Peña Nieto a cambio de Hidalgo sonaba poco probable –con el debido respeto a la entidad hidalguense, pero tal intercambio suena a plato de lentejas bíblico–, luego de conocerse en los últimos días encuestas de las preferencias en ese estado, pues no se ve que el Presidente pueda siquiera hacer perder a un candidato que va de claro puntero.
El PRI, me temo, caerá en la trampa que le ha tendido López Obrador. Se sentirán presionados por un mandatario que sabe que el discurso del nacionalismo del siglo 20 les duele, les puede. Se sentirán atraídos por la seducción de creerse parte de algo histórico. Creerán, además, que así Andrés Manuel les dejará en paz en sus pocos bastiones. Pobres.
Es especulación, pero con tanto año de padecerlos, resultan muy transparentes.