Desde la última vez que Ricardo Anaya fue citado a comparecer, acusado de corrupción por la Fiscalía General de la República, no habían ocurrido ni la difusión de la foto de Emilio Lozoya en el Hunan, ni el enredo de un grupo de invitados a la boda del titular de la UIF, detenidos por 35 mil dólares no declarados en Guatemala. ¿Qué más habrá de pasar en los próximos dos meses, hasta que el panista vea de nuevo al juez, que eventualmente dañe la credibilidad del gobierno federal?
Que nadie se confunda. Ricardo Anaya está contra la pared. Ayer logró que el juez le diera más tiempo, pero su siguiente cita en el juzgado tendrá que ser presencial y de no hacerlo la FGR querrá para él lo mismo que Gertz Manero ya logró contra el exdirector de Pemex Carlos Treviño: una orden de aprehensión. Pero cada día cuenta, y este lunes el queretano ganó no pocos días hasta su nueva comparecencia, que será el 31 de enero.
Porque, dicho de otro modo, cada semana existe la posibilidad de que un escándalo, o varios, exhiban la desproporción con que el gobierno federal y su fiscal carnal... no, perdón, autónomo, eso, van en contra del excandidato presidencial al tiempo que desestiman otros casos que parecen más importantes –crimen organizado– o igualmente relevantes –dinero en efectivo a hermanos de López Obrador–.
Anaya está en manos del destino. Pero ese mismo destino le podría dar una ayudadita.
El furor en la opinión pública por las fotografías de Lozoya en el Hunan provocó una serie de aberraciones jurídico-procesales (leer a Jorge G. Castañeda en Lozoya: oso tras oso/Nexos). Porque es cierto que la política –el costo que en imagen pagaron el Presidente y su fiscal luego de la cena en público de un testigo premiado que no ha probado su valía– se impuso a la justicia. Mas eso que afectó al exdirector de Pemex, que ahora estará preso sin tener sentencia, podría jugar a favor de Anaya.
Y es que el duelo entre AMLO y Anaya es eminentemente político. Lo cual es grave. Porque será político, pero hay una desproporción no sólo antidemocrática, sino impúdica: el Presidente de la República va en contra de un ciudadano.
Sin embargo, el hecho de que el titular del Ejecutivo decida jugar en ese terreno, interviniendo en la justicia, da elementos a Anaya para defenderse en la opinión pública. Si AMLO fuera sigiloso, si escondiera la mano, las denuncias mediáticas del panista tendrían menos eco. Cada que el Presidente lleva el tema a la mañanera abre al queretano la posibilidad de jugar sus cartas en redes sociales, prensa (dio declaraciones al Wall Street Journal el fin de semana) y, eventualmente, hasta en instancias internacionales (ya vive en Nueva York).
Y en eso no le ha ido mal a Anaya. Sus videos, a partir de la lectura del expediente en su contra, fueron piezas con las que logró exhibir contradicciones flagrantes de la FGR, cosa que dotó de sustancia su narrativa de que la causa judicial contra él es una vendetta y no el resultado de una investigación sólida e imparcial sobre hechos de corrupción del sexenio pasado.
Falta lo que diga el destino. Porque un gobierno que prometió ser diferente, pero luego funcionarios de su movimiento vuelan al extranjero en aviones privados, se exhibe solo.
Anaya tendrá que pensar bien sus próximos pasos, eso que AMLO no puede hacer: porque ya está visto que no sabe controlar escándalos de alguno de sus subalternos o familiares.