Cinco horas. Eso fue lo que duró la plática, el martes 6 de septiembre, entre el presidente Enrique Peña Nieto y el secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Recién habían llegado de un muy mal viaje a China, donde asistieron a la cumbre anual del G-20, en la que el presidente Barack Obama maltrató a Peña Nieto cuando le quiso explicar las razones de la invitación al candidato republicano a la Presidencia, Donald Trump, y su consejera de seguridad de la Casa Blanca, Susan Rice, remató con la recomendación a la canciller Claudia Ruiz Massieu que removieran del cargo a quien le había hecho la recomendación de la visita. No era una orden, pero como si lo fuera. Tampoco era obligatorio, pero en el costo-beneficio de dinamitar la relación con Obama y el gobierno de Estados Unidos, hasta para quien no alcanza a ver el largo plazo y está acostumbrado a confundir táctica con estrategia, era claro. La suerte de Videgaray se había acabado en China.
Peña Nieto, sin embargo, de acuerdo con la reconstrucción, no sabía bien cómo desprenderse de quien le proporcionó durante más de una década el apoyo existencial, intelectual y político que le ayudó a recorrer el camino a la Presidencia, pero Videgaray le facilitó la decisión. Ese martes en Los Pinos, le dijo a Peña Nieto que tenía que cesarlo, pero el Presidente, con enorme aversión de cualquier cambio, se negó de entrada. Personas que conocen de esa larga plática que tuvo momentos difíciles de discusión, afirmaron que cuando menos dos veces le dijo Videgaray que se iba, y Peña Nieto reiteradamente rechazó la idea.
Videgaray, agregaron, le dijo que el presupuesto que se iba a presentar en unos días requería de un secretario de Hacienda fuerte, que pudiera tener autoridad para poderlo negociar con todas las fuerzas políticas y los agentes económicos, y que en las condiciones en las que habían quedado tras el escándalo por la visita de Trump, él ya no podía jugar ese papel. La influencia de Videgaray sobre Peña Nieto se notó semanas después, cuando al aceptar por primera vez que la visita de Trump había sido la causa de la salida del secretario, el Presidente dijo, el 22 de septiembre, en una entrevista: “(Se) necesita que el secretario de Hacienda sea fuerte, esté robusto (y) tenga la capacidad de procesar (el) paquete presupuestal que hemos presentado al Congreso”.
Convencido una vez más por Videgaray, el Presidente finalmente asintió ese martes, pero no dejó que la salida fuera definitiva, sino que le pidió que se mantuviera como un superconsejero personal sin portafolio. Videgaray aceptó, pero le pidió un mes para que las cosas se enfriaran en el país y en su cabeza, que pudiera bajar su perfil y recuperar el ánimo. Un mes en el cual se dejó crecer la barba y acudió a reuniones y comidas selectas, principalmente invitado por empresarios. Al mes regresaría, desde las sombras, para trabajar con Peña Nieto, con quien no dejó de mantener contacto a través del teléfono.
Antes de despedirse aquella noche, el Presidente le encargó una encomienda especial, atender el proceso electoral en el Estado de México. Peña Nieto está preocupado por la elección para gobernador el próximo año en su estado, el de mayor peso electoral en el país, que es clave mantener si quiere tener alguna expectativa de que su candidato a la Presidencia en 2018 esté en niveles competitivos.
Videgaray aceptó el trabajo sin problema. El Estado de México es como su casa, al haber trabajado desde hace casi 15 años ahí. El manejo electoral es algo que también conoce muy bien. Fue coordinador de la campaña presidencial de Peña Nieto en 2012, y coordinador de la campaña de Eruviel Ávila para la gubernatura hace cinco años. Ávila es muy cercano a Videgaray, por lo que tampoco significará un elemento exógeno de molestia, sino con quien ha trabajado con fluidez y cercanía durante casi una década.
Qué será exactamente lo que hará Videgaray, es algo que aún no está del todo claro. El proceso comenzó el mismo día en el que se anunció la renuncia. No obstante, podría alegarse que el trabajo de Videgaray no será durante la campaña, sino en estos meses previos, durante el proceso de selección de quien abanderará al PRI y del propio diseño de la estrategia electoral. Este escenario se encuentra relacionado con una segunda parte de lo que hablaron aquella noche en Los Pinos.
En ese encuentro, Peña Nieto sugirió la idea de que el próximo año, quizás tan pronto como en el primer trimestre, Videgaray se reintegrara al servicio público como consejero presidencial, con oficina en Los Pinos. No llegaría a la jefatura de la Oficina, que actualmente ocupa un jugador de ligas menores, Francisco Guzmán, sino en otro nivel, superior en todos los sentidos. Orgánicamente, eso sólo podría ser si Peña Nieto volviera a crear la Secretaría de la Presidencia, que sirvió a varios presidentes en el lejano pasado como una oficina alterna de Gobernación, sobre lo que no hay nadie bajo análisis todavía.
Videgaray estará formalmente de regreso, aunque en realidad nunca se fue. Tenerlo una vez más junto de manera permanente parece la solución emocional que necesita Peña Nieto. Al mismo tiempo, significa que el Presidente sigue sin alcanzar a ver que el horizonte nacional no termina en donde llega su vista.