El mandato que tiene Luis Videgaray como secretario de Relaciones Exteriores es la diversificación de la política exterior hacia América Latina, Europa y Asia.
Es decir, nada nuevo bajo el sol del presidente Enrique Peña Nieto, cuya administración ha buscado hacer más con quienes menos ligas estratégicas tiene México, o lo que es lo mismo, priorizar la diplomacia en el mundo sin Estados Unidos, con quien se tiene más del 75% del comercio bilateral.
El mandato no establece que su misión sea la de apaciguarle el hígado a Donald Trump cuando asuma la jefatura de la Casa Blanca, sino a través de su equipo en el Departamento de Estado y mediante el back channel de su yerno, el ministro sin cartera, Jared Kushner, hacer que el próximo presidente de Estados Unidos, module sus tuits, por donde hace su política de amedrentamiento.
El cronograma que traía Peña Nieto en la cabeza para los ajustes en el gabinete establecía que serían después del Día de Reyes. Cuando lo diseñó no se imaginaba la reacción social y política que iba a generar la liberalización de las gasolinas y los problemas de gobernabilidad que iba a provocarle.
Fue tan poco preventivo que, cuando comenzaron las expresiones de protesta en vísperas de Año Nuevo, ni siquiera hubo una llamada para que se hiciera presente, física y públicamente, su secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien no interrumpió sus vacaciones.
El país estaba en llamas, si a los registros de prensa se atiene uno, y la crispación de los agentes económicos iba en aumento con los saqueos a las tiendas y los bloqueos en las carreteras. Los cambios, por tanto, se adelantaron.
Claudia Ruiz Massieu, quien de acuerdo con el entorno de la casa presidencial fue a su acuerdo de fin de año con el Presidente en Los Pinos la tarde-noche del 23 de diciembre, donde la maltrató, como a veces suele ser Peña Nieto con sus colaboradores.
Ya no estaría en la Cancillería y le ofreció la Secretaría de Cultura, que originalmente había pensado Peña Nieto sería para alguien del sector político. Ruiz Massieu declinó la oferta y el lunes pasado presentó formalmente su renuncia en la Presidencia, admitieron funcionarios.
Ruiz Massieu acudió a Los Pinos acompañada de parte de su equipo, y se encontró a Videgaray, acompañado de Claudia Algorri, vocera y responsable de medios en Hacienda; Narciso Campos, quien era jefe de la Unidad de Banca, Valores y Ahorro; Eduardo Espinoza, su secretario particular que heredó a su relevo en Hacienda, José Antonio Meade, y Abraham Zamora, director de Banobras.
La relación de Ruiz Massieu con Videgaray, que había sido sólida casi hasta el final, sobrevivió la diferencia política que tuvieron por la visita de Donald Trump a México y mantuvieron sus cenas regulares, incluso después de la victoria de Trump en las elecciones y de que se comenzara a manejar la posibilidad de su salida, colocando a su amigo como potencial relevo.
El Presidente adelantó a Ruiz Massieu que se iba de la Cancillería para darle el paso a Videgaray, con quien cenó días antes de ese 23 de diciembre y le dijo que estuviera tranquila, que no se preocupara. Su sacrificio estaba decidido pasado el 6 de enero, pero el malestar por el gasolinazo lo modificó todo.
El nombramiento adelantado, en este sentido, se inscribe más como una táctica de fuga adelantada de Peña Nieto. Si bien estaba decidido, no iba a ser ahora, sino después de su mensaje de Reyes. En esta línea de pensamiento, Peña Nieto buscó quitar impacto a las protestas por el gasolinazo y desviar la atención de la opinión pública y política. El resultado fue mixto.
La revisión de prensa del jueves permite apreciar que una parte de los medios de distribución nacional enfocaron su principal titular por el relevo de Ruiz Massieu, mientras que otra parte se mantuvo en la difusión de las protestas. La coyuntura se impuso a la agenda que buscaban homogenizar en Los Pinos, pero a nadie quedó duda que la reaparición de Videgaray en el gabinete peñista provocó un reacomodo político.
Su nombramiento en la Cancillería ha sido visto con escepticismo, salvo por quienes en la lógica mecánica de si Videgaray invitó a Trump a México y Trump ganó la Presidencia, entonces es el mejor para encabezar a la diplomacia mexicana, han aplaudido el nombramiento.
No han leído lo que tantas veces dijo Peña Nieto y su equipo, que la diversificación de las relaciones es prioridad para el gobierno. No es algo nuevo, y Peña Nieto ha sido consecuente con ello desde el inicio de su administración.
El mandato para Videgaray, por tanto, sería ir a Belmopán y a Washington por igual, o negociar en Foggy Bottom como en Itamarati y el Quai d’Orsay.
Videgaray será canciller para todas las naciones, no sólo para Estados Unidos.
Pero si el secretario tiene el mismo papel que tuvo en Hacienda –y no hay nada para pensar que no será así–, el despacho de Relaciones Exteriores será en donde menos trabaje. Uno de sus más cercanos colaboradores, para ilustrar el tiempo que dedicaba a los asuntos que le encargaba el Presidente, decía que “sólo el 30% de su tiempo se lo dedica a Hacienda”.
Videgaray dijo que llegó a Relaciones Exteriores para hacer equipo. Uno asume que con el presidente Peña Nieto, pero la pregunta sin respuesta aún es con quién más, para este 2017.