En agosto del año pasado, Richard Mills, director adjunto del Programa sobre América Latina y director de la Iniciativa el Futuro de Estados Unidos y México, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales en Washington, escribió el análisis '¿Quién le teme a López Obrador?', donde afirmó que la debilidad del gobierno, evaluado por los mexicanos como corrupto e incapaz en materia de seguridad, allanó el camino para que López Obrador y Morena tuvieran “resultados sorprendentemente buenos” en las elecciones estatales.
Para 2018, adelantó, “una coalición de partidos anti-AMLO podrá ser necesaria (para derrotarlo), pero no suficiente. Las clases medias y el sector privado, que han reaccionado con temor a él, están resignados.
Incluso funcionarios y exfuncionarios de Estados Unidos creen que AMLO puede ser "más pragmático y menos radical de lo que parece”.
Las cosas han cambiado. El cambio de percepciones sobre López Obrador fue atajado por el gobierno y el PRI, que han estado señalando que el candidato de Morena quiere convertir a México en una réplica del régimen venezolano del presidente Nicolás Maduro.
El mensaje ha sido recurrente en el presidente del PRI, el coordinador de la campaña del partido, y en el propio candidato, que muestran en el colapso social, político y económico venezolano un espejo donde reflejan a México gobernado por López Obrador.
El candidato de Morena insiste en que su proyecto de nación no se asemeja al venezolano. De hecho, se podría argumentar que el modelo de López Obrador tiene más analogía con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, en Argentina, respaldados por amplios sectores sociales, que con los de Maduro y Hugo Chávez, apuntalados por las Fuerzas Armadas.
Sin embargo, algunos lopezobradoristas no lo ayudan a cambiar percepciones. Dolores Padierna, la exsenadora del PRD, respaldó incondicionalmente a Maduro hace algún tiempo en Caracas, en el marco del Foro Sao Paulo.
“Creemos en el candidato de la Revolución, Nicolás Maduro, continuidad, desarrollo y progreso al proyecto bolivariano”, dijo a teleSUR. “El proyecto ha sido exitoso. Lo queremos también para México”.
La idea de que López Obrador volteaba a Caracas por inspiración, evaporada a mediados del año pasado, regresó.
Reportes de agentes de la CIA en México y Washington cambiaron de tono y han fortalecido la percepción de que si López Obrador gana la presidencia, tendrá cercanía con Maduro.
Dentro de la Casa Blanca y el Departamento de Estado, el mensaje del secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, que el futuro de México con López Obrador no es el de los valores democráticos, sino el del ideal chavista, ha hecho mella y pavimentado el camino para que esa sea la idea predominante en el gobierno de Donald Trump.
Diplomáticos mexicanos admiten que la idea de Trump, que veía a López Obrador como una réplica de lo que él hizo con el electorado estadounidense estimulando el nacionalismo y el aislacionismo, ha cambiado tras los alegatos sobre su inclinación hacia Venezuela.
El trabajo político de convencimiento por parte del gobierno y el PRI dio los frutos esperados, apoyado involuntariamente por la forma como sus cercanos y eventuales colaboradores en su gabinete han hablado en contra de las principales reformas del presidente Enrique Peña Nieto, muy aclamadas en el extranjero, que piensan desmantelar.
El último ejemplo de declaraciones sin los matices necesarios para una audiencia anglosajona, fue la entrevista que concedió Rocío Nahle, secretaria de Energía en un eventual gobierno de López Obrador, al periódico The Wall Street Journal sobre el futuro de la reforma energética.
“Se van a parar las inversiones en producción y exploración petrolera”, dijo Nahle al anticipar lo que haría López Obrador en la presidencia. “Vamos a cambiar la política energética”. El Journal recogió el temor estadounidense, pues esa acción provocaría un fuerte impacto negativo en la política económica de México y en las refinerías estadounidenses de la costa del Golfo de México.
Una preocupación similar han expresado sobre la intención del congelamiento de las obras del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, pensado como un hub internacional y fuente generadora de inversiones, que López Obrador considera, en cambio, una “obra faraónica” sin sentido.
“La elección de López Obrador pudiera poner en riesgo el potencial regional de México, porque los inversionistas internacionales favorecen instituciones fuertes y estables, y temen a líderes populistas que amenazan con desmantelar las normas burocráticas y las estructuras”, escribió en noviembre Niall Walsh, en un reporte de Global Risks Insights. “Una victoria de AMLO tiene el potencial para modificar completamente la región. Mientras el sentimiento populista barre en el mundo, los analistas miran a México con creciente ansiedad”.
Las alertas en el mundo frente a López Obrador son amarillas y en algunos casos se están prendiendo rojas. “Construir puentes con él cruza la mente de muchos, pero es como un pleito familiar, hay demasiada mala sangre”, dijo uno de los capitanes industriales en Monterrey al Financial Times. “Hay una percepción real de autocracia, autoritarismo y venganza”.
A López Obrador parece no importarle lo que se piense de él, pero su asesor Alfonso Romo, quien sería su jefe de gabinete, piensa lo contrario.
“El desafío es que Andrés no puede atemorizar a la gente. Ahora mismo, no podemos meter la pata”.
Ahora mismo, si hay interés real en los inversionistas, eso no lo está haciendo. Pero si no le interesa tener su apoyo ni respaldo económico, López Obrador está haciendo, definitivamente, muy bien las cosas.