Las crónicas periodísticas de la Convención Nacional Bancaria celebrada en Acapulco la semana pasada coincidieron en un punto: los banqueros no deciden aún por quién van a votar el primero de julio, pero sí saben por quién no lo harán. Andrés Manuel López Obrador, definitivamente, no está en su ánimo, y aunque el salón plenario se saturó para verlo en acción, la música que escucharon no les pareció. No hay ninguna razón para sentirse sorprendidos. Una encuesta de ejecutivos de alto rango en México realizada por Santander en enero, halló que el 85% de ejecutivos de alto nivel anticipó que López Obrador será derrotado en las elecciones presidenciales, lo que explica –según un análisis de Bloomberg–, por qué los mercados mexicanos están sobrellevando muy bien el hecho de que quien se opone a las reformas del presidente Enrique Peña Nieto, no está provocando temor entre los inversionistas.
El comportamiento de los mercados ciertamente se ha mantenido estable. Un estudio de Nomura, en otoño pasado, anticipaba que si las preferencias de voto mantenían a López Obrador en la cima de las preferencias al arrancar la campaña presidencial a finales de este mes, el candidato que es considerado “un riesgo para el mercado” dictaría en qué dirección marcharían el peso y la bolsa. Hasta el cierre del año pasado la venta de activos mexicanos era “significativamente menos” que la que hubo en Brasil cuando el líder obrero Inazio Lula da Silva ganó las elecciones presidenciales en 2002, recordó Nomura, que consideró que la incertidumbre comenzaría en febrero. No ha comenzado, pero los indicios empiezan a mostrar un creciente nerviosismo.
Un análisis de riesgo de Fitch, circulado entre sus socios en febrero pasado, consideró que una victoria de López Obrador incrementaría sustancialmente el potencial para un cambio significativo en la dirección de una política proempresarial en México, ante los temores fundados en los discursos del candidato de Morena, de modificar las relaciones comerciales con Estados Unidos y revertir la reforma energética. Durante la Convención Bancaria, Alejandro Cuadrado, uno de los principales analistas de estrategia del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, dijo que si López Obrador llega bien posicionado a las vísperas de la elección, el peso podría debilitarse alrededor de 7% del nivel actual. La firma de investigación Exotix, especializada en los activos de más riesgo, informó El Financiero desde Acapulco, dice que si triunfa, la bolsa podría caer hasta 15%, y el rendimiento de los bonos locales podría subir unos 4 puntos porcentuales.
Entre los inversionistas en Nueva York se están haciendo los cálculos de cómo impactaría el resultado electoral, dependiendo de quién ganara. Con quien mejor reaccionarían –verdad de Perogrullo– es con José Antonio Meade, no sólo por el ser el candidato de la continuidad, sino porque el sector financiero es su hábitat. El cálculo de los inversionistas es que el peso se apreciaría cuando menos 50 centavos en unos cuantos minutos, que también registraría una mejoría si el vencedor es Ricardo Anaya, de la alianza Por México al Frente, de alrededor de 30 centavos. Pero si ganara López Obrador, el peso tendría una fuerte devaluación de entre 3 y 4 pesos por dólar, según sus estimaciones preliminares. Los mercados se están preparando para una victoria del candidato de Morena, exclusivamente desde el punto del negocio, donde están comprando dólares relativamente baratos en este momento, que cambiarían alto en el mercado si López Obrador gana, ante un nerviosismo generalizado de los inversionistas y personas en general que buscaran refugiarse en el dólar ante la incertidumbre de lo que sucedería con el nuevo gobierno.
En un análisis que publicó en enero pasado Global Risk Insights, afirmó: “Una victoria de López Obrador causaría el mayor nivel de incertidumbre. Sus reservas sobre las privatizaciones y los acuerdos de libre comercio como el TLCAN, resultarían en que México adoptara una posición económica más aislacionista. No obstante, la emergencia en las encuestas del exsecretario de Hacienda, José Antonio Meade, sugiere que México podría escoger a un candidato que siga con la tendencia económica”. Los mercados le están diciendo a López Obrador que le tienen pánico, y que sus matices recientes sobre las reformas económicas del presidente Enrique Peña Nieto, no se los creen.
Dos temas han sido relevantes en esta discusión. Uno se refiere a la reforma energética, donde su enlace con los empresarios, Alfonso Romo, aseguró que López Obrador había revisado los procesos de licitación donde entraron empresas privadas y extranjeras, y que le habían parecido adjudicaciones transparentes y benéficas para el país. Esas afirmaciones motivaron una fuerte reprimenda de López Obrador a Romo. El otro es el nuevo aeropuerto, donde sus asesores confiaron a la prensa que era altamente probable que no se cambiaría de lugar la nueva terminal, pero trascendió entre los inversionistas que la opción es que no le siga invirtiendo y lo deje con una sola pista, lo que lo haría disfuncional.
López Obrador tendría que reflexionar sobre lo que piensan en los mercados sobre él, no desde una visión etnocentrista, como a veces parece enfocar las críticas, sino lo que significaría para su eventual gobierno. Hasta ahora no parece interesado en neutralizar las percepciones. El nombramiento de Carlos Manuel Urzúa como secretario de Hacienda designado, no resuelve este problema. Más allá de sus capacidades técnicas, Urzúa es un desconocido en los mercados internacionales, lo que es una enorme desventaja, sobre todo si se mantiene, como se anticipa, la mala imagen de López Obrador con ellos.
La única opción real a la mano es convencer a Santiago Levy, vicepresidente del Banco Interamericano de Desarrollo, ampliamente reconocido en el mundo, para que asumiera, en caso de ganar, la cartera de Hacienda. Levy le ha dicho a López Obrador que está dispuesto a sumarse a su proyecto, pero aún no lo ha concretado. El economista, que junto con el presidente Ernesto Zedillo y el entonces coordinador de asesores presidencial, Luis Téllez, manejaron la política económica del país en los 90, es la única solución, en el panorama lopezobradorista actual, para cambiar radicalmente la idea de los mercados sobre él, y enviarles el mensaje de que cuando habla de mantener la política fiscal y la macroeconómica, está hablando en serio.
La credibilidad de su palabra no la tiene él, sino alguien en quien los mercados confíen. Sólo así podrá marchar en la contienda presidencial sin levantar temores y generar incertidumbres adicionales, convirtiéndose para sus actuales enemigos, en una posibilidad a la que podrían darle el beneficio de la duda de que será responsable en donde más le temen, la estabilidad de la política económica.