Una de las discusiones públicas que más interés ha despertado en la sociedad los últimos años tiene que ver con la manera en que concebimos y configuramos a los partidos políticos en México. Su obsceno financiamiento nos indigna, sus simulaciones nos alejan de ellos y buena parte del tiempo los señalamos como el origen de buena parte de los males en este país. A pesar de ello, en algo nos unen.
Una gran mayoría coincidimos en que los partidos, como están ahora, son sinónimo de derroche, cacicazgos y tráfico de influencias. También coincidimos en que sus prerrogativas, su lana y sus privilegios deben de acabarse, y que deben de comenzar a vivir una verdadera democracia interna que logre representar a sus militantes. El disenso en todo caso empieza cuando nos preguntamos ¿cómo llegar a ello?
Hay quien sostiene que se les debe eliminar el financiamiento público por completo. Si bien aplaudo la idea de que sus afiliados se involucren en todas las dimensiones de su instituto político, al punto de financiar su existencia, sobre ello creo que hay que señalar dos cosas: en primer lugar veo que hoy, esta búsqueda —si bien loable— podría limitar muchísimo la participación electoral a un reducido grupo de personas capaces de financiar una campaña o un partido. Es decir, que solo quienes poseen los recursos podrán participar en la política.
Creo que esta opción no es justa precisamente por ello, pues debemos alentar a que más personas puedan participar en la democracia sin importar su condición económica. En segundo lugar, pero también muy importante, corremos el riesgo de que ciertos actores, a partir de inyectar su dinero en las campañas, logren adquirir muchísima influencia en nuestros futuros gobernantes, y dictar las leyes o políticas públicas que hagan.
¿Eso significa que actualmente no pasa? Claro que no. Estos dos elementos ya están presentes en la democracia mexicana. Pero tenemos la posibilidad de imaginar un horizonte mucho más equilibrado. ¿Debe haber aportaciones privadas en las elecciones? Creo que sí, pero deben tener un tope máximo por persona, deben ser fiscalizadas con mayor ahínco y las aportaciones ilegales deben ser perseguidas y castigadas con mucha más severidad.
¿Cuál podría ser un camino, entonces? Creo que los partidos deben reducir considerablemente sus recursos económicos. Debemos buscar una reducción ejemplar que les recuerde las razones de su existencia. Los partidos no nacieron para financiar mansiones, para que se contrataran a amigos y cercanos; no existen para ser agencias de colocación, ni para llenar de pompa y mimos a sus operadores. Los partidos nacieron con la intención de reunir a personas con ideas similares, con la lógica de reunir a una porción de la sociedad y lograr que sus ideas se propaguen a través de la educación y difusión de sus proyectos.
Hace una semana, integrantes de Morena presentaron una iniciativa para reducir los recursos a los partidos políticos a la mitad. Si bien siempre aplaudiré cualquier iniciativa, venga de donde venga, que busque quitarle privilegios a los partidos, creo que es importante hacer un matiz: esta iniciativa presentaría un ahorro sustantivo, pero no lograría el objetivo que iniciativas como #SinVotoNoHayDinero persiguen, poder evaluar a los partidos políticos y reducirles los privilegios a partir de sus resultados.
Creo que por eso es fundamental que buena parte de la sociedad nos involucremos en el debate sobre el futuro que depara a los partidos políticos. Esta causa une al país como pocas y es momento de acabar con los excesos y lujos de unos cuantos.
Por lo pronto, el próximo año ahorraremos en Jalisco alrededor del 63% de los recursos públicos que antes se el entregaban a los partidos, gracias a la entrada en vigor de la ley #SinVotoNoHayDinero. Esta iniciativa fue posible por la presión ciudadana y aprobada por MC, PRI, PAN y mi voto en el Congreso de Jalisco. ¿Puede ser este un camino a nivel nacional? Puede ser, pero no es el único. Seguramente hay muchas buenas ideas allá afuera. Lo que debemos hacer es discutir más sobre el tema, unir esfuerzos y dejar a un lado las mezquindades políticas.
Es un gran momento para hacerle justicia a una causa que, por muchos años, el cinismo y la avaricia han acallado.