Hace algunos años, quizás ocho o diez, viví una experiencia barrial extraordinaria. Se trató de un “tour” a pie organizado por un colectivo que buscaba impulsar los comercios locales, su reconocimiento, y el aprecio por el patrimonio de Santa Tere: un importante barrio tradicional de la capital tapatía.
La actividad tenía sus particularidades. En primer lugar llamó mi atención que sólo pagabas lo que comías, no se cobraba una tarifa por la “guía turística”; el evento no perseguía fines de lucro. Esto me pareció sumamente interesante... significaba la posibilidad de dejar a un lado esa idea de solo ser turista si se tiene holgura financiera.
El segundo punto que me gustó es que caminaba al lado de quienes disfrutaban y padecían del barrio cotidianamente. Sus organizadores eran mayoritariamente vecinos, comerciantes o transeúntes recurrentes. Hablando con estas personas entendí lo que en verdad buscaban al organizar estas caminatas: que más personas visitáramos sus birrierías o taquerías favoritas, que disfrutáramos de un atardecer por las estrechas calles de su hogar, que no dejáramos morir a las tiendas de abarrotes o cremerías que se veían amenazadas por tiendas de autoservicio, que recordáramos la existencia de la vida más allá de los centros comerciales y las redes sociales.
Una tercera particularidad fue la atracción principal: el recorrido gastronómico que viviríamos en sí mismo. Durante unas cinco horas disfrutamos de un paseo guiado por los mejores puestos callejeros de tacos, locales de comida en el mercado y restaurantes. Por si te perdías, cosa complicada por las cincuenta personas que éramos, o por si querías regresar después, te entregaban un mapa con cada uno de los rinconcitos visitados. De esa manera la experiencia se completaba con el anhelo de volver y disfrutar los entrañables chilaquiles, taquitos de nopales, lonches o carne en su jugo.
Para cuando terminó la caminata conocí buena parte de los problemas que golpeaban a Santa Tere y me di cuenta de lo parecidos que eran a los problemas de donde yo vivía. También pude entender mejor el trazo de las calles, apreciar la arquitectura de su mercado y saber buena parte de su historia. Finalmente, debo confesar que de este tour salí con nuevos amigos, pues ¿qué mejor momento para charlar que mientras se camina con la alegría e ilusión de comer un platillo delicioso, accesible y lleno de significado?
Después me enteraría que este recorrido se inspiraba en las llamadas “caminatas de Jane” o “Jane’s Walk”, las cuales obtienen su nombre en honor a la escritora y activista Jane Jacobs: una gran defensora del goce de la ciudad, del derecho a caminar, del patrimonio intangible que nace en cada barrio, del desarrollo urbano que pone al centro a la comunidad y de la búsqueda de construir entornos humanos y accesibles.
Estas caminatas se realizan anualmente en cientos de ciudades de todo el mundo y persiguen el objetivo de reconocer la historia de cada localidad o colonia a través de su andar, su comida y el goce de sus sombras y rincones más desconocidos.
Quizás estas vacaciones puedan servir para organizar individualmente, o con un par de seres queridos, estos momento de contemplación en nuestras ciudades. No siempre para maravillarnos se necesitan los imponentes rascacielos de Nueva York, los exóticos templos de Angkor Wat o las escarpadas cataratas de Iguazú. Quizás de la intimidad, el silencio y la meditación puedan surgir asombro y amor por nuestras ciudades, sus habitantes y sus historias.