El sábado por la noche fuimos asaltados un amigo y yo. Desde el momento en que terminó la experiencia repito los hechos en mi cabeza una y otra vez. A veces viene a mí la confusión que viví durante el robo y su fragor nocturno, en otras ocasiones mi estómago se contrae del coraje y se irrigan mis venas de enojo por haber sido desvalijado.
Terminado este ciclo regresa toda la presión a la parte superior del pecho, viene a mí una desolación profunda, quizás temor, de pensar en los escenarios en los que pudo haber resultado dicho abuso.
Un relámpago, así fue la experiencia. Unos tres jóvenes que acababan de terminar su adolescencia bajaron de un auto con pistolas en mano y nos encañonaron.
El golpe de violencia nos detuvo en seco, sacamos lo que traíamos y nos mandaron bajar la cabeza mientras esto sucedía. Sin golpes, con instrucciones y amenazas precisas nos quitaron lo que traíamos en los bolsillos, arrancaron a toda velocidad, sabiéndose fulminantes.
Ese trueno en las entrañas que tantas y tantas personas sufren a diario. Después del rayo, la fragilidad de la paz rota. Así la pasamos, así vivimos en nuestras ciudades, azotadas del trópico a la frontera por la violencia todos los días. Hay quien la padece peor, lo de mi amigo y yo fue algo muy pequeño en comparación a las tropelías que se presentan diariamente en todas partes.
Despojos, secuestros, violaciones, asesinatos, torturas y abusos de autoridad, por mencionar algunos delitos que cotidianamente roban el sentido de vivir en comunidad a nuestro país.
Escribo esto porque quiero justicia, pero no me malinterpreten, justicia no es que encierren a más y más jóvenes, sino que estos puedan soñar con un porvenir para ellos.
Justicia no es mano dura, ni barrotes, ni aislamiento. Justicia sería que no fuera un privilegio vivir dignamente bajo nuestros anhelos. Si jóvenes de escasas dos décadas creen que sólo hay progreso empuñando un arma, este país ha fallado. Si esos jóvenes sólo encuentran empleo, respeto y camaradería en las filas del crimen, nuestro país ha fallado.
Mientras escribo esto, caigo en cuenta que mientras éramos asaltados se conmemoraba el Día Internacional de la Juventud. Qué ironía. Pompa, festejos y desfiles junto a figuras del gobierno que nos siguen pensando como materia pendiente.
Somos 38 millones de jóvenes, un tercio de la población, y nuestra situación parece que va de mal en peor.
Por años nos han dado remendos, parchecitos y políticas aisladas. Mientras los discursos oficiales le apuestan a la celebración, las cifras nos muestran que la urgencia que vivimos es enorme.
Datos de la OCDE señalan que el 46% de quienes tenemos entre 18 y 29 años hemos terminado la preparatoria y que sólo uno de cada diez logramos llegar a la universidad. Vivimos una de las peores precariedades laborales de la región, pues la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo señala que el salario promedio de un recién egresado ronda los $6,870 y que aquél que sólo terminó la preparatoria percibe alrededor de $5,300.
De prestaciones, ni hablemos. La afiliación a seguridad social depende casi siempre de un familiar que comparta el derecho y el Sistema de Ahorro para el Retiro ha demostrado que es una decisión que va contra la posibilidad de construir una tercera edad solvente, pues tres de cada cuatro jóvenes no están en condiciones de abonar los recursos necesarios para lograr un retiro digno, según lo consigna El Financiero en el artículo “Millenial: millones como tú se quedarán sin pensión”.
Por eso, pedir justicia, hoy no se trata de ver el problema en lo particular sino en pensar qué sigue para mi generación y las venideras. Por años hemos permitido que México sea un archipiélago de pobreza y rampante violencia.
Pero esto puede cambiar. Por quienes vienen, por sus nietas, por sus hijos, por aquellas personas que aman y que están empezando su vida es preciso romper con el hábito de seguir la inercia.
Frente a los problemas complejos que significan un obstáculo para el futuro que vengan las ideas, el trabajo y las manos. Hoy más que nunca estoy seguro de que esto tiene compostura.