Hay quien juega a perder. Cualquiera podría decir que ése siempre ha sido el plan de la Selección Mexicana de Futbol, pero al parecer siempre está decidida a ganar, aunque una confabulación cósmica se lo impide de manera permanente. En política, jugar a perder es una estrategia recurrente. Hay ocasiones en que un triunfo político resulta más caro que haberlo perdido. De esa manera, muchos de los movimientos de tal o cual personaje o partido no son lo que aparentan. También hay las famosas “victorias pírricas” –en referencia al rey Pirro–, en las que el costo de las pérdidas es tan grande que empequeñece el triunfo logrado.
En los asuntos de las reformas que ha mandado el Presidente este año al Congreso, es evidente que juega a perder, que no le importa ganar, sino utilizar la derrota como un arma poderosa en contra de sus adversarios. Manda sus proyectos, el eléctrico y el electoral, a sabiendas de que no pasarán por la simple y sencilla razón de que son intransitables. Llenas de ideología y despropósitos, es obvio que personas con dos dedos de frente no pueden votar esos proyectos –por eso nada más los votan los de Morena, que no se caracterizan precisamente por su inteligencia–.
Al Presidente le interesaba que no se aprobara la reforma eléctrica porque supondría un reto enorme echarla a andar y tendrían que trabajar y hacer seguimientos puntuales de todos los mecanismos necesarios, y eso no es algo que se considere necesario en este gobierno. Lo importante era perder, porque eso le daba lo que más le gusta: discurso para atacar al adversario. Entonces sí desplegó una enorme campaña para llamar traidores a la patria a los que votaron en contra de su proyecto.
En el tema electoral es lo mismo. No importa si tiene cosas interesantes o está bien hecha la reforma (de hecho, nadie pone en duda la capacidad en la materia de los autores: Pablo Gómez y Horacio Duarte; lo que llama la atención es que uno sea el titular de la UIF y el otro de Aduanas. En este gobierno todo está al revés). Hay quienes incluso, con buena fe, han tratado de ponderar los supuestos beneficios que podría generar el proyecto mandado por el Presidente. La verdad es que no hay cosa más inútil con este gobierno que suponer buena fe: todo está amañado, verlo de buena manera supone ingerir una dosis de veneno. Ha quedado más que claro que el diálogo político en este sexenio está proscrito. Suponer que hay voluntad de llegar a un acuerdo es verdaderamente absurdo. En política lo único que ha habido en lo que va de este sexenio y lo único que habrá en lo que le resta es el pleito.
Al Presidente lo que le importa es que le digan que no pasa su reforma para poder hacer otra campaña en contra de sus enemigos. Enemigos de la democracia, traidores a las elecciones, sepultureros de Madero y de Juárez, cosas de esas. Recordemos que la obsesión del Presidente no es mejorar al país, ni siquiera cambiar el estado de las cosas, su obsesión es el pleito con sus enemigos políticos. Si el Presidente le dedicara a la obra pública una cuarta parte de la energía y el esfuerzo que le destina a sus oponentes, este hubiera sido el sexenio de la construcción.
A la oposición le queda prepararse para el pleito, diseñar sus propias peleas, ir creando sus propias batallas y recordar que en ésta, como en varias más, el Presidente juega a perder.