El pasado martes 12, tuvo lugar en el Salón Legisladores de la Cámara de Diputados una audiencia pública cuyo objetivo era regular los Fenómenos Aéreos Anómalos No Identificados (FANI). Dejemos a un lado los problemas regulatorios respecto a un fenómeno que, salvo casos todavía no explicables, existe fundamentalmente en las imaginaciones de quienes creen en seres no humanos, como se les dice hoy a los extraterrestres.
También tiene escasa relevancia la presentación de presuntas momias de personas extraterrestres, toda vez que el fraude sobre las llamadas momias de Nazca se encuentra plenamente fundamentado desde 2016, existiendo personas expertas con el mismo veredicto: las momias grandes fueron alteradas para parecer extraterrestres y las segundas, de menores dimensiones, se hicieron a partir de cuerpos humanos y de animales, unidos con pegamento y fibras vegetales. Como se lee en el comunicado que emitió poco después el Instituto de Astronomía de la UNAM, citando a Carl Sagan, las afirmaciones extraordinarias deben estar acompañadas con pruebas extraordinarias – y éste no fue el caso.
Lo que me resultan interesantes son las aristas de este fenómeno y sus diferencias con la audiencia que tuvo lugar en el Congreso de Estados Unidos hace unas semanas. En nuestro caso, se trata meramente de un espectáculo político de inicio a fin, orientado para posicionar a su organizador: el diputado Sergio Gutiérrez Luna, conocido también por haberse aventado una “cascarita” con el “matador” Hernández. En el Pleno de la Cámara de Diputados.
Al contrario, en nuestro vecino del norte la audiencia tuvo un significado cultural más profundo y arraigado, reivindicando a todo un segmento de la población que cree en teorías conspiratorias, rumbo a las elecciones de 2024. No es curioso que a los pocos días Donald Trump repuntó en las encuestas de favoritos para la candidatura del Partido Republicano. Claro, tampoco se presentaron pruebas extraordinarias más allá de cortinas de humo, pero se trataba también de un acto eminentemente político.
Además, la industria de la pseudociencia es altamente lucrativa. Hay un centro comercial en la zona de corporativos de Santa Fe, en la Ciudad de México, donde están ubicadas las oficinas de Jaime Maussan, las cuales abarcan prácticamente toda la planta baja. Una comparecencia en la Cámara de Diputados para discutir una agenda chatarra, y donde se presentaron evidencias fraudulentas, bien vale todas las fotos que se tomen.
¿Debemos escandalizarnos de actos como éste? Lejos de ello: un órgano legislativo es la caja de resonancia de todo cuanto ocurre en el país, y este fenómeno forma parte de ello, nos guste o no. La peor forma de combatir la charlatanería es la burla y la descalificación fácil: se trata de un tema donde están involucradas las emociones y las creencias antes que la racionalidad, por lo cual sólo se lograría que las personas creyentes se sientan autoafirmadas en “su verdad” y la creencia en persecuciones o censuras, fundamentalmente imaginarias.
Al contrario, en este caso sigue estando vigente la máxima respecto a que los problemas de la democracia se resuelven ampliando las libertades, en lugar de restringiéndolas. Ante la charlatanería, hay que propiciar un ambiente de discusión basado en evidencias. Sobre el tema, hay un tuit de la Dra. Julieta del Rïo Vargas, comisionada del INAI, fechado el pasado lunes 11, donde aparece con el propio Jaime Maussan, con el mensaje: “Es un gusto seguir dialogando con @jaimemaussan sobre cómo el acceso a la información fortaleció sus investigaciones en torno al fenómeno de objetos anómalos no identificados. Para eso es el derecho a saber, para conocer sobre cualquier tema”.
Ojalá y así llevásemos todas nuestras discusiones públicas.