Uno de los pilares de la estrategia del gobierno para enfrentar la crisis económica ha sido apostar a que la recuperación de la economía norteamericana nos va a remolcar.
Al ser México uno de los países que menos recursos fiscales ha usado para enfrentar la crisis, se ha buscado compensar esta omisión con dos fuerzas que provienen de fuera.
Una de ellas es el crecimiento de nuestras exportaciones, especialmente las no petroleras. La segunda es la llegada de remesas.
Ambas dependen de que Estados Unidos sea exitoso en su estrategia para impedir que la crisis pegue con más fuerza.
Para dimensionar la importancia de los dos factores hay que medirlos.
En los meses de marzo, abril y mayo, en los que el impacto de la pandemia fue mayor en la economía, las exportaciones no petroleras de México ascendieron a 76 mil 863 millones de dólares.
En el trimestre que siguió (junio, julio y agosto), alcanzaron los 101 mil 358 millones de dólares.
Es decir, las exportaciones no petroleras fueron mayores en 24 mil 495 millones de dólares.
Si convierte esa cifra a pesos (usando, para simplificar, una paridad de 22 por dólar), el ingreso adicional es de 538 mil 890 millones, una cantidad muy importante.
Veamos ahora las remesas. En este caso, no hubo una caída tras la pandemia. Al contrario.
Si consideramos los primeros ocho meses de este año, el crecimiento es de 2 mil 257 millones de dólares respecto al nivel del año anterior (casi 50 mil millones de pesos más) y el volumen total en el periodo es de 26 mil 391 millones de dólares, lo que equivale a 580 mil millones de pesos.
Esto implica un ingreso diario para las familias de 3 mil 275 millones de pesos diarios. Esta cifra es equivalente a 8.1 millones de salarios medios del sector formal de la economía.
Si los ingresos de las familias no se han caído más en la crisis, este factor es uno de los elementos clave.
Sin embargo, los signos de la economía norteamericana son ambiguos. Hay indicios positivos como, por ejemplo, la baja de las solicitudes de apoyo por desempleo de la semana pasada, de la que se informó el jueves pasado o la posibilidad de que se llegue a un acuerdo para un nuevo paquete de rescate por 1.8 billones de dólares.
Pero también hay otros que no son tan buenos, como la caída de las exportaciones de autos de México en septiembre, con relación a las ventas que se realizaron en agosto, lo que expresa la debilidad de la demanda de este sector.
Sin embargo, la peor amenaza a la estrategia del gobierno mexicano no está en esas señales ambiguas, sino en el clima político que se está configurando y que podría crear una situación de incertidumbre tras el proceso electoral del próximo 3 de noviembre.
Si no hay un triunfo arrollador de Biden el día de los comicios, existe la percepción de que el presidente Trump no aceptará los resultados, aunque días después, al computarse los votos enviados por correo se estableciera el triunfo del candidato demócrata.
Es una situación inédita en Estados Unidos y podría dar un gran golpe a la confianza y volver a generar una tendencia a la baja en las variables más importantes de la economía.
Si a ello se suma el cada vez más evidente rebrote de la pandemia que seguramente va a producir nuevos confinamientos en diversas ciudades, se tiene un cuadro complicado para la economía norteamericana en los siguientes seis meses.
Apostar a que la recuperación de Estados Unidos nos va a sacar de la crisis es algo muy arriesgado. Esa apuesta nos puede crear más problemas de los que el gobierno asume.
Lo dicho, Trump le puede fallar a AMLO.