Los partidarios más acérrimos de López Obrador están encantados y lo expresan en redes sociales: perciben que la coyuntura actual obliga a tomar partido.
Dicen que no hay espacio para una tercera vía o para la neutralidad. O se apoya al presidente López Obrador o se es partidario de la reacción.
Curiosamente, en el otro extremo ocurre lo mismo. Muchos celebran que hayamos llegado a este punto de encono social en el cual también piensan que no hay otra que tomar partido y atacar al gobierno.
Señalan que no hay espacio para terceras vías ni neutralidad: o se está claramente en contra de López Obrador o se es parte de los grupos que lo respaldan.
Imaginemos por un momento que esta polarización escala y que lo que hoy son enfrentamientos en redes sociales, a la vuelta de los meses se reflejan también en las calles.
Muchas veces se ha dicho que la violencia verbal es el preludio de la violencia física y esa afirmación no está lejana a la realidad.
A mi parecer, el país no merece llegar a esos extremos.
Algunos de los que respaldan al presidente de la República señalan que quienes quieren la violencia y tienen un afán golpista son los opositores.
Los que cuestionan a López Obrador insisten en que el presidente tiene afanes autoritarios y que eventualmente la violencia es un recurso del cual puede echar mano para alcanzar su propósito.
Habemos algunos, hoy en una completa minoría, vilipendiados por unos y otros, que pensamos que el país no se merece ni esta polarización ni esta crispación y necesita encontrar una salida al choque irreconciliable.
El presidente de la República, sin duda, es el principal responsable de que las cosas hayan llegado a este punto. Y lo será también si el ambiente todavía se torna más violento.
Es el principal, pero no es el único responsable.
Para haber evitado este escenario le ha faltado, en mi opinión, a la oposición el talento para construir una alternativa.
Sin ella, el presidente y los dirigentes de Morena consideran que pueden elevar el tono sin consecuencias.
Hasta ahora, las encuestas han señalado que pese a todo, el presidente López Obrador sigue teniendo el respaldo de la mayoría.
No está claro aún cómo afectaría al presidente todo este episodio. Sin embargo, me parece que los resultados no serán suficientes para cambiar la ecuación política que hoy favorece a Morena.
Sigo pensando lo que le he expresado en este espacio desde hace meses. Hay dos factores que podrían cambiar las inclinaciones del electorado mexicano y que hasta ahora no están sobre la mesa.
El primero es la construcción de una nueva narrativa.
No se ha logrado construir y posicionar una historia diferente a la que cuenta todas las mañanas López Obrador.
El intento de algunos de construir una historia sobre la base de la corrupción en esta administración no va a ser suficiente.
No quiere decir que no haya corrupción.
Lo que significa es que esa historia no servirá para aglutinar a los electores descontentos, como sí funcionó en la administración anterior, cuando ese fue el discurso fundamental del entonces candidato López Obrador.
No habrá un segundo capítulo de la misma historia. Se requiere otro argumento.
El otro factor es la ausencia de protagonistas.
No hay narrativa que pueda prosperar si los personajes están sin rostro.
Mientras no exista alguien que sea el candidato visible de la oposición, probablemente muchos de los esfuerzos para desacreditar al gobierno actual no van a funcionar.
Esto no puede ser sustituido por el respaldo a un periodista agredido. Se requiere alguien que explícitamente aspire a competirle y ganarle a AMLO y a Morena.
Sin una narrativa alterna y con un gobierno con un presidente poderoso y ofuscado, pudiéramos caer eventualmente en una crisis política como no la ha conocido el país en muchos años.
Si queremos evitarlo, justamente, lo que cuestionan los apologistas y los críticos de López Obrador es lo que hace falta.
Se requiere una salida, que impida que este enfrentamiento destruya las instituciones que hemos forjado en los últimos 25 o 30 años.
Lamentablemente, los meses pasan y el país sigue caminando cada vez más cerca del precipicio.