El INEGI dio a conocer el viernes pasado que su indicador oportuno de actividad económica (IOAE) creció en el mes de octubre a una tasa anual de 5 por ciento, lo que para algunos resultó sorpresivo.
La cifra anticipa que el crecimiento del PIB en todo el 2022 estará muy por arriba de lo que el consenso consideraba hasta hace muy poco (2.1 por ciento según la más reciente encuesta de Banxico), e incluso será superior a la estimación de Hacienda, de 2.4 por ciento, que había sido considerada muy optimista.
Nada raro sería ver que terminara el año con un crecimiento al 3 por ciento.
Sin embargo, en esa cifra hay que ver sobre todo un efecto estadístico derivado de las comparaciones anuales, más que un crecimiento extraordinario.
Resulta que la cifra de actividad económica de octubre estuvo entre las más bajas del 2021. Por eso, a pesar de que, en este año, el crecimiento respecto a septiembre fue bajo, fue suficiente para lograr el 5.0 por ciento en la comparación anual.
Por este efecto de la base de comparación, aun si en los meses de noviembre y diciembre la economía no creciera respecto al nivel de octubre, la variación anual sería de 4.3 por ciento en noviembre y de 3.6 por ciento en diciembre.
De esta manera, podría anticiparse que el PIB habría crecido en 4.3 por ciento en el último trimestre del año, y, por lo tanto, el promedio anual habría sido de 3.1 por ciento.
Aunque la cifra es buena y mejor a lo previsto, si vemos el corto plazo, las cosas no están para hacer fiesta.
De acuerdo con los propios datos del INEGI, en septiembre el crecimiento mensual fue mínimo, apenas de 0.2 por ciento y en octubre fue todavía menor, de 0.1 por ciento.
De hecho, si en México presentáramos las cifras como lo hacen en EU, el crecimiento de octubre habría sido de apenas 1.2 por ciento anual.
El freno del mes pasado es más visible en la actividad industrial, en la que el crecimiento fue también de 0.1 por ciento mientras que tres meses atrás, en julio, había alcanzado el 0.4 por ciento.
Pareciera que se empieza a observar la conjunción de dos efectos.
El primero es una menor actividad económica en Estados Unidos, que, aunque aún sea leve, ya apunta a que las cosas habrán de complicarse en los siguientes meses.
El segundo es el impacto de la inflación en el gasto de las familias.
Aunque el salario promedio de cotización al IMSS aún tenga un crecimiento superior a la inflación, el poder efectivo de compra del conjunto de las familias ya resiente el mayor costo de la canasta básica y desincentiva a mantener el ritmo del gasto de los hogares.
Antes de que termine el año o más tardar en los primeros meses del 2023 ya se empezará a observar en más variables macroeconómicas el menor dinamismo de la actividad productiva.
Pero, hay ventaja en las comparaciones anuales.
Suponga que el mismo nivel de actividad económica previsto de octubre se mantiene en todo el 2023, es decir, que tenemos un estancamiento económico en lo que resta del año y en todo el próximo.
Aun así, el crecimiento del primer trimestre del próximo año sería de 3.0 por ciento; de 1.5 por ciento en el segundo; de 0.5 por ciento en el tercero, y de 0 en el cuarto trimestre.
El promedio anual para el 2023 sería de 1.4 por ciento, por arriba de las estimaciones del consenso, que marcan hoy una tasa de 1.0 por ciento.
La gran interrogante que hay es cuándo se presentará una situación recesiva en Estados Unidos y qué profundidad tendrá.
Y si el mercado interno podrá ser un amortiguador ante el inevitable impacto que esa circunstancia tendrá en el sector exportador.
No pierda de vista que por el efecto aritmético de las comparaciones aun con una economía que en 2023 estuviera estancada, el PIB registraría una tasa de 1.4 por ciento.
Así que, cuidado con celebrar datos que implican apenas estancamiento.