Ya se vio ayer el porqué de todos los intentos del presidente de la República y de Morena para descarrilar las marchas que tuvieron lugar en todo el país.
Sabían que convocarían a miles y miles de personas a salir a las calles, para rechazar el intento de destruir una institución que encarna la democracia moderna en México: el Instituto Nacional Electoral (INE).
No funcionó el argumento del presidente López Obrador y sus partidarios, que señalaba que era falso que se quería desaparecer al INE.
Los ciudadanos que acudieron a las marchas, entendieron perfectamente que la reforma constitucional propuesta por AMLO desaparece la esencia de la institución que encarna la democracia mexicana.
Será prácticamente imposible que después de ver a la dirigencia priista marchando ayer en la Ciudad de México, pueda prestarse a respaldar a Morena en su pretensión. Y sin ese apoyo, puede decirse que la reforma constitucional está muerta, pues el presidente López Obrador dio la instrucción de no negociarla.
Pero, las marchas realizadas en el país, particularmente la de la Ciudad de México, tienen también otro significado que va más allá de la defensa del INE. Y es probablemente a la que más le temían Morena y AMLO.
Es la reconquista de las calles por los ciudadanos.
Esto va a implicar un cambio de tono en la política mexicana.
Hasta este momento muchos veían a contracorriente la posibilidad de gestar una alianza opositora.
Y por lo mismo, se daba prácticamente por hecho el triunfo de Morena en las elecciones presidenciales del 2024.
Aunque las marchas del día de ayer no tuvieron como propósito la reivindicación de la alianza, el resultado sí apunta a ello.
Los ciudadanos que acudieron a expresar su defensa del INE, deben tener cuidado de no pensar que pueden prescindir de los partidos políticos. Sería todo un contrasentido.
Y, los partidos que quedaron opacados ayer por la marea de ciudadanos, deben pensar que sin las personas que estuvieron en las calles, están perdidos.
El INE ha permitido que la competencia electoral en México, que se da mayormente entre partidos (han sido muy limitadas las experiencias exitosas de candidatos independientes) reconozca los triunfos de las fuerzas políticas que obtienen más votos en las elecciones, y con ello se ha asegurado la estabilidad política del país.
El sobrio discurso de José Woldenberg, al término de la marcha en la Ciudad de México apunta precisamente en ese sentido.
La existencia del INE es la garantía de la estabilidad política. La amenaza que existe de convertirlo en un esperpento, sería la entrada del país no solo a una fase de autoritarismo, sino a una etapa de crisis políticas recurrentes, como las que vivimos en el pasado.
Ayer, en El Financiero (elfinanciero.com.mx), le expresaba mi prevención de que más allá del impresionante éxito de las marchas, la pelea por el INE tendrá que seguir adelante.
Me preocupa especialmente el proceso de renovación de los cuatro consejeros que habrán de reemplazar a Lorenzo Córdova, Ciro Murayama, José Roberto Ruiz y Adriana Favela, en abril de 2023.
Sin la posibilidad política de hacer una reforma electoral, la estrategia de AMLO y Morena se va a dirigir a la captura del Instituto, como se ha hecho o pretendido hacer con otros órganos autónomos.
Si bien la elección de los consejeros requiere de una mayoría calificada en la Cámara de Diputados, hay mecanismos para propiciar que los prospectos que lleguen a la fase de votación en el pleno puedan ser proclives al gobierno.
Sería burda la maniobra, pero no imposible.
Así como ayer se expresó en muchas plazas públicas del país la determinación de los ciudadanos de cerrar el paso a la reforma electoral que de facto destruiría al INE, también se va a requerir una ciudadanía atenta al proceso de selección de los consejeros, que también podría conducir a quitar la esencia del INE aunque la reforma electoral no haya prosperado.
El tiempo de los ciudadanos llegó y ya no deberá irse.