Las empresas mexicanas del sector formal de la economía han tenido una capacidad de resistencia asombrosa.
Se han mantenido casi todas en operación a pesar de no haber recibido respaldos de los gobiernos.
Por esa razón, ahora están en la mejor condición para una economía que empieza a moverse, y por eso, están sumamente preocupadas por el futuro de la pandemia pues temen otro cierre.
Hace un año vivíamos el peor momento en materia de empleo formal.
Al término del mes de junio, el ritmo de caída del empleo había alcanzado una tasa de 4.3 por ciento anual, lo que significaba una pérdida de 1 millón 114 mil puestos de trabajo respecto al nivel de febrero del 2020.
Las empresas del sector formal de la economía, sin embargo, resistieron.
En el peor momento en cuanto a registro de empresas en el IMSS, en mayo, la caída fue de 7 mil 580 empresas respecto al punto más alto, que se dio en marzo, lo que significaba un retroceso de alrededor de 1 por ciento.
No quiere decir que solo haya cerrado ese número. De hecho, entre abril y mayo del año pasado se registraron poco más de 35 mil bajas, pero también cerca de 26 mil reingresos o altas.
Los empresarios formales, en su mayoría resistieron, aunque tuvieron que realizar recortes de personal.
No pasó lo mismo en la economía informal. El número de empleadores totales bajó en cerca de 400 mil personas en el segundo trimestre del año pasado, lo que implica que cerca de 390 mil correspondieron precisamente a la economía informal.
Los informales abren y cierran con mayor facilidad pues no tiene que pasar por todos los trámites y pagar todos los costos que implica la economía formal.
Los datos mostrados muestran un perfil del empresario mexicano que pocas veces se destaca: su resiliencia.
Es decir, su capacidad para hacerle frente a las adversidades con entereza, apretándose el cinturón, haciendo sacrificios y viendo hacia el futuro.
En contra de todos los estereotipos, el empresario mexicano del sector formal es más bien pequeño.
Está principalmente en el sector del comercio y de todo tipo de servicios y tiene un promedio de 20 empleados.
En realidad, el promedio distorsiona, por la existencia de empresas grandes y muy grandes. La mayoría tiene entre 5 y 10 empleados y es un clasemediero y ‘aspiracionista’.
Tiene ingresos decorosos de algunas decenas de miles de pesos al mes en promedio, con los que conduce mayormente a sus hijos a que tengan un grado de escolaridad mayor que el suyo.
Y sí, busca el éxito material de su negocio, del cual dependen de 5 a 10 familias.
Muchos empresarios pequeños y medianos pudieron haber tirado el arpa desde el año pasado ante la evidencia de que no iban a recibir un salvavidas en medio de un mar embravecido en el cual navegaban.
Hubo que pelear duro por la sobrevivencia, pero la mayor parte consiguió salir adelante y aunque debilitado financieramente, pues hubo que rascar de donde se pudiera para tener liquidez que permitiera pagar a empleados, proveedores, bancos y sacar para vivir, están ahora fortalecidos en su visión y su perspectiva.
Lo peor que pudiera hacer el gobierno federal es estigmatizarlos y ahorcarlos financieramente.
El presidente ya ha hecho lo primero, condenándolos como parte de esa clase media que considera egoísta y poco solidaria.
Imagine cómo se sentirá con esas afirmaciones un pequeño empresario que usó sus ahorros personales para mantener a flote su negocio y asegurar el sustento de las familias que de él dependen.
Lo que ahora faltaría para golpearlos es una reforma fiscal que no distinga entre este grupo y las muy pocas grandes empresas que hay en México.
Los empresarios de México han resistido el vendaval.
Más le vale al gobierno no abusar y pretender que ahora que las cosas empiezan poco a poco a mejorar, sean ellos los que paguen los platos rotos.