La "clase media" ha tomado nuevos bríos en la retórica política de nuestro país, y las perspectivas desde las cuales la abordemos debe incluir la de las encuestas.
"Clase media" es fácil de decir, pero muy difícil de medir. No hay un consenso entre economistas, sociólogos y demógrafos acerca de exactamente qué constituye la clase media y cuál es su tamaño. Hace unos años, mi colega Marta Cebollada y yo documentamos diversas mediciones de la “clase media” en México, todas diferentes, con distintas magnitudes y, por supuesto, con diversas implicaciones (1).
La estimación de la clase media iba desde menos de 20 por ciento hasta más de la mitad de la población, y se enfrenta al problema de que no es un grupo fijo y estable, sino variable dependiendo de las condiciones económicas.
La clase media refleja niveles de ingreso y de educación, pero la ocupación es fundamental para medirla. En un sentido sociológico, ahí se distinguen las labores manuales de las no manuales, las tareas rutinarias de las creativas, las diferencias en equipamiento, el nivel de autonomía en el trabajo y la toma de decisiones, por mencionar algunos aspectos.
Pero “clase media” también es un referente de identidad social, de cómo se considera cada persona o grupo en su entorno. Por ello puede haber discrepancias entre las identidades subjetivas y las condiciones objetivas. Marx solía referirse a la “falsa conciencia de clase”, pero su desdén por los aspectos culturales minimizó la importancia que tienen las identidades sociales en la vida política. Hoy sabemos que las identidades sociales importan, y mucho.
“Clase media” no es solamente la combinación de condiciones objetivas y de identidades subjetivas; también representa un conjunto de valores y conductas específicas, y sí, de aspiraciones y estrategias de vida. “Clase media” es un cúmulo de apreciaciones sobre la vida, el trabajo, la familia, la educación, el tiempo libre y un largo etcétera.
Los sociólogos han documentado muy bien las diferencias en estrategias de vida de eso que llamamos “clase media”: en qué gastan y cómo lo gastan; si ahorran y cómo ahorran; y cuando hay que sacrificar algo del gasto, cuáles son sus prioridades. A propósito de si la clase media es egoísta (AMLO dixit), Michael Layton y yo encontramos en las encuestas nacionales sobre filantropía y trabajo voluntario (ENAFI) que la clase media es la que más suele seguir conductas filantrópicas y solidarias por vías formales e institucionales.
En los años 50, Seymour Martin Lipset vinculó a la “clase media” con los proceso de industrialización, urbanización y expansión de los medios de comunicación masivos; y también la señaló como un actor prodemocrático, una premisa que se sigue revisando en la ciencia política actualmente. En 1971, Ronald Inglehart identificó una “revolución silenciosa” de valores muy marcada entre la clase “postburguesa”, que luego denominó “postmaterialista”, un segmento joven y afluente de la Europa de la posguerra cuyas aspiraciones cambiaron los sistemas de partidos, la competencia política y las instituciones. En esos años se hablaba de una “mentalidad burguesa” e incluso del “aburguesamiento del proletariado”. En el fondo, eran reflejos de una clase media en expansión, cambiando y cambiante.
La retórica actual sobre la “clase media” es muy interesante, y nos invita a tratar de entender el proceso de transformación por el que atraviesa el país, con su respectivo impacto en las condiciones objetivas y en las identidades subjetivas de los diversos grupos sociales. Todo eso amerita que vayamos analizando datos de encuestas para indagar sobre los componentes de la “clase media” así como sus manifestaciones. Estemos preparados a encontrar “contradicciones”, pero más aún, a entedenderlas.
(1) "Los valores y actitudes políticas de la clase media mexicana”, impartido en la Conferencia “Sobre la Clase Media: Perspectivas Filosóficas y Políticas”, Universidad de Dallas, 15-16 de Septiembre, 2016.