La construcción de la democracia en México ha tenido a las elecciones como uno de sus grandes fundamentos. Tener elecciones limpias, confiables, administradas por un organismo autónomo, ha sido esencial en el desarrollo democrático del país. Aunque la democracia tiene muchas otras vertientes que atender y, ciertamente, qué mejorar, el mantenimiento y fortalecimiento de la integridad electoral no debiera estar en duda. Por eso lastima que haya un embate contra el INE por razones puramente políticas. Se trata de un intento por minar un fundamento esencial de nuestra democracia.
El INE nació en los años noventa a la par de una literatura sobre la democracia a nivel mundial que se preguntaba cómo avanzar y consolidar esa forma de gobierno. Entre las premisas que recuerdo con mucha claridad es que la democracia, para ser estable, debía verse como the only game in town, como una serie de reglas y procedimientos no solamente aceptadas por las distintas partes en competencia, sino también rechazando cualquier alternativa. De ahí el calificativo: "el único juego". La referencia a "juego" no era para minimizar o quitarle seriedad, sino para ponerla en un lenguaje entendible, de que hay reglas a seguir.
En el fútbol hay muchas reglas. Quienes lo juegan se apegan a ellas y saben que si cometen faltas están sujetos a alguna penalización, que les puede afectar a ellos y a sus equipos. Los árbitros son los encargados de vigilar el apego a las reglas y sancionar las faltas.
A mi en lo personal no me gusta llamarle al INE el "árbitro de la contienda"; lo veo como el organismo administrador de las elecciones, con una variedad de actividades y responsabilidades entre las cuales sí está el vigilar y, en todo caso, sancionar las faltas.
Quienes contienden en las elecciones, ya sea postulados por partidos políticos o como ciudadanos independientes, aceptan y reconocen las reglas. Y su aceptación es también un consentimiento a ser sancionados en caso de cometer alguna falta.
Creo que hay aspectos de nuestra democracia que pueden mejorarse, pero la gran mayoría de los mexicanos reconoce hoy en día que nuestro país es una democracia, y esa es una buena noticia. Esa percepción refleja, en buena medida, el rol que han jugado las elecciones.
Los datos del estudio Latinobarómetro 2018 indicaban que el 2 por ciento consideraba a México como una democracia plena, el 19 por ciento como una democracia con pequeños problemas, y el 48 por ciento como una democracia con grandes problemas. En total, el 69 por ciento calificaba al país como una democracia. Solamente el 11 por ciento no consideraba a México una democracia y el resto no dio opinión. Se trataba de un año con altos niveles de insatisfacción ciudadana y con bajos niveles de aprobación presidencial. El enojo tenía en puerta un mecanismo para canalizarse institucionalmente: las elecciones.
Dos años después, el Latinobarómetro 2020, realizado en una ventana de oportunidad en la pandemia, arrojó los siguientes datos: 5 por ciento consideró a México una democracia plena, 24 por ciento una democracia con problemas menores y 48 por ciento como una democracia con problemas grandes. En total, 77 por ciento calificó al país como una democracia: 8 puntos más que dos años antes. El 12 por ciento opinó que no somos una democracia y el resto no dio opinión.
El estudio Latinobarómetro 2020, cuyos datos íntegros se darán a conocer en este año, da muestras de que el apoyo a la democracia en el país registró leves aumentos. Además, la convicción por la democracia rebasa al apoyo a otras formas de gobierno. Para la gran mayoría de los mexicanos, la democracia es el único juego aceptable.
Pero parece que la democracia se pone en juego cuando actores políticos minan sus fundamentos. Cuando publiqué mi primer libro en 1999 (Political Cleavages: Issues, Parties, and the Consolidation of Democracy), argumenté que en algunas democracias nuevas "los votantes utilizan medios democráticos -las elecciones libres y equitativas- para lograr fines autoritarios", como mantener a los viejos regímenes en el gobierno o regresarlos al poder. En ese entonces no pensé que esto aplicaría a las democracias avanzadas, donde la democracia se daba por sentado, pero ya hemos visto opciones autoritarias compitiendo en las urnas, aún en esos contextos.
Ojalá que en México, las agresiones al INE no sean más que un exabrupto y no un síndrome. Ojalá que los actores políticos se comprometan con el único juego aceptable y no normalicen las faltas. Ojalá que las elecciones se fortalezcan como nuestro medio democrático para lograr fines genuinamente democráticos.