Las elecciones del domingo se han descrito como un “tsunami”. En Estados Unidos y Europa suele utilizarse el término “landslide”, o deslizamiento de tierra, para describir elecciones en las que una opción arrasa en la votación y cambia el panorama político previo. Ambos fenómenos naturales ofrecen una metáfora apropiada para lo que sucedió el 1 de julio, lo cual, por cierto, ya venían pronosticando acertadamente las encuestas desde varias semanas antes.
Con rasgos de tsunami y de landslide, el país cambió profundamente en su configuración política. Entender y asimilar el cambio electoral nos llevará tiempo de reflexión y análisis, pero ya de inmediato podemos ir señalando algunos de sus rasgos.
El primero tiene que ver con la nueva cara que tendrá el sistema de partidos. La distribución del poder que hicieron los votantes el domingo le da una fisonomía completamente diferente. Además, como han mostrado las encuestas en las elecciones presidenciales recientes, el partido ganador suma aún más simpatizantes al asumir el gobierno, mientras que los partidos perdedores sufren una pérdida adicional de seguidores y se sumen en una crisis de identidad política. Si usted cree que el tsunami ya pasó, espérese a ver cómo queda todo una vez que bajen las aguas.
El segundo tiene que ver con la composición ideológica de la nueva coalición gobernante. Aunque algunos digan que la ideología ya quedó rebasada, el hecho es que la coalición ganadora se desliza de los espacios de centro-derecha y derecha que había ocupado por décadas, a los terrenos de la izquierda. Esta es la mejor señal de landslide. De acuerdo con las encuestas de salida, López Obrador obtuvo el apoyo del 79 por ciento de los votantes que se consideran de izquierda (El Financiero, 3 julio 2018), mientras que en 2012, AMLO obtuvo el 67 por ciento del voto izquierdista (Reforma, 2 julio 2012). La ideología se asentó mucho más en esta elección.
El tercer rasgo es una recomposición demográfica y geográfica de la mayoría ganadora. En 2012, Enrique Peña ganó la Presidencia gracias al voto de los mexicanos con menores niveles de escolaridad y principalmente en el Occidente y Norte del país, mientras que AMLO ganó en el Centro y Sur. En 2018, AMLO arrasa prácticamente en todo el país, incluido el Norte, y su apoyo se distribuye casi igual entre los distintos niveles de escolaridad, aunque con una ligera ventaja entre los más escolarizados. Si la elección de 2012 la ganaron las clases populares, en la de 2018 las clases medias también fueron partícipes de la victoria.
Unos días antes de las elecciones se publicó mi nuevo libro, El cambio electoral (Fondo de Cultura Económica), donde se documenta, con base en las encuestas, la transformación que se ha observado en la conducta política de los mexicanos durante las tres décadas que van de las elecciones de 1988 a la antesala de 2018. Los datos de las encuestas de salida de 2000, 2006 y 2012 fueron cruciales para documentar el cambio en las urnas, y ahora la disponibilidad de encuestas de salida en 2018 nos permite complementar la imagen que se delinea en el libro. Entre los cambios que documento hay tres fenómenos centrales: 1) la despartidización, que refleja el alejamiento de los ciudadanos de los partidos políticos; 2) la ideologización, que se extiende a un proceso de polarización política; y 3) la internetización, que aborda el cambio en los patrones de consumo de información política, influido por las nuevas tecnologías y por el reemplazo generacional. Cada uno de estos tres aspectos significa un importante reto para los partidos políticos en la inevitable tarea que tienen por delante de reinventarse y reconectarse con la sociedad a la que buscan representar.
El cambio electoral que se registró el 1 de julio es tan potente como un tsunami o como un landslide, pero para entenderlo bien hay que ponerlo bajo una perspectiva histórica, teniendo en cuenta cómo ha sido el cambio electoral en cada elección presidencial desde años atrás. Espero que este nuevo libro sirva para asistir dicho entendimiento.