En el estilo personal de gobernar, Daniel Cosío Villegas recoge, entre otros muchos delirios de la era echeverrista que transcurrido el tiempo parecen divertidos o, incluso, premonitorios, una desmedida frase de quien entonces era titular del Poder Judicial.
Al ejemplificar cómo la grandilocuente verborrea de Luis Echeverría impactaba en el entorno, Cosío Villegas consigna que “el presidente de la Corte en ocasión del II Informe lo felicita ‘no sólo en su calidad de presidente de la República, sino… de jurista y universitario distinguido’ (…) O cuando ese mismo personaje asegura que ‘aun cuando por disposición constitucional los poderes son tres, el gobierno es uno’”.
¿Hemos cambiado en medio siglo o todavía hay quien como titular de un poder asume, como en el párrafo anterior, que hay un poder de poderes?
La pregunta viene a cuento porque desde el lunes hay run run en columnas sobre el destino de Alejandro Gertz Manero, a quien se le da por resignado a abandonar por la puerta de atrás la Fiscalía General de la República, y –como se adelantó en La Feria el 15 de marzo– se menciona que quien lo podría sustituir es ni más ni menos que el ministro presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar. Éste, ayer, en una rueda de prensa, medio desmintió esa posibilidad.
Mario Maldonado (lunes en El Universal), y ayer Darío Celis, en El Financiero, y el senador Germán Martínez, en Reforma, han abordado algunas de las implicaciones de que Zaldívar, cuyo periodo al frente de la Corte termina en diciembre, pero no así su tiempo como ministro –le quedarían dos años más–, brincara de la Corte a la Fiscalía.
La ley impide, por supuesto, un chapulinazo de esa magnitud. Tendrían que pasar 2 años para que quien ha sido ministro pueda ser el jefe de los ministerios públicos. El senador Martínez ilustraba ayer el terrible escenario que se configuraría si quien hoy es superior de jueces y magistrados mañana –o en unos meses, para el caso lo mismo– se pasa del otro lado de la barandilla: la influencia y ascendente que tendría sobre los juzgadores podría constituir, digo yo, un efecto corruptor, para citar al propio Zaldívar.
De cualquier manera, según Celis, le darían la vuelta a la ley haciendo al hoy titular del Poder Judicial encargado de despacho de la FGR durante un par de años, y cuando venciera el impedimento legal se le nombraría por largos nueve años. Esa sí sería una designación de López Obrador realmente trans-trans-sexenal. Como dicen por ahí, suena tan absurdo que no se puede descartar.
Si la ley es burlada y este enroque en efecto sucediera, no quedará más remedio que concluir que como su antecesor de los años setenta, Zaldívar tenía la oculta vocación de rendirse ante otro poder.
Estaría optando, extrañamente, por dejar la titularidad de un poder, y la honorabilidad del cargo de ministro, para convertirse en un instrumento del titular de otro, de uno al que ya atestiguamos en varias ocasiones, eso sí, que le tiene particular querencia.
Qué singular proceder sería ése. Sobre todo para alguien que llegó al Poder Judicial luego de una exitosa práctica privada. Y que además tuvo decorosas batallas en casos como el de la Guardería ABC o el de Florence Cassez. E incluso, como presumía él ayer en una presentación virtual de un libro, un protagonismo en luchas a favor de los derechos humanos, etc.
¿Todo ese perfil, una carrera notable, a cambio de ser instrumento de AMLO? Además nadie le consideraría autónomo, sino –en efecto– parte de un gobierno. Estaría raro. Pero…