México vive algo así como su propio mundial de marchas: hace 15 días hubo una inédita, ayer hubo una pletórica.
Ambos bandos se han prodigado en descalificaciones hacia las respectivas convocatorias, reduccionismos propios del mutuo ardor y de las ganas de vencer en el posdebate de la marcha, de diluir con las palabras lo que las imágenes hacen irreductible.
Un ojo menos prejuiciado vería cosas interesantes en ambas. Hay un rechazo en vías de consolidación (no se sabe si definitiva) en contra de López Obrador. Hay un Presidente que, bien avanzado el sexenio, cuenta con un respaldo profundo e innegable.
Así como el desbordamiento de participantes dejó en ridículo el intento de la autoridad capitalina por reducir el número oficial de quienes defendieron al INE, el vigor y el empeño para hacer toda la ruta entre apretujones de quienes le querían saludar, mostrados por el Presidente, erosiona la descalificación del acarreo.
Hay ciudadanos, hay Presidente. Hay seguidores de un movimiento carismático dispuestos a lo que sea necesario para acompañar a su líder; hay personas sin clara identificación gregaria pero con un hartazgo que les hace incursionar en la calle, un territorio poco natural para ellos.
Ocurrido este singular pulso callejero, ¿qué sigue?
El fruto más valioso de la marcha del 13N es que obligó al régimen a mostrarse de cuerpo entero. El acarreo del 27N es la fotografía de la tentación que ya nunca podrán o siquiera querrán evitar: si es recurso oficial, es para uso electoral. El abuso del aparato gubernamental se da no sólo por descontado, sino por santificado. La torta elevada a nivel de política pública. Y la guajolota es lo de menos.
En contraste, la llegada a la capital de lopezobradoristas venidos de todo el país demuestra que hay, acarreo aparte, una base social y una articulación de la misma –además de visibles liderazgos en la carrera para heredar el cetro morenista– prestas para desempeñarse sin titubeos en las elecciones y movilizaciones venideras.
Frente a esto, es notable la falta de afinación de la maquinaria opositora: paradójicamente, luego de su éxito en la marcha rosa se han quedado en una especie de pasmo. Un ejemplo de ello es que no muestran ni urgencia ni arrojo para lograr la candidatura prianista de la elección del Estado de México de 2023. De seguir así, los movilizados por Andrés Manuel les pasarán por encima en las urnas.
Los del 13N desperdiciaron el moméntum que les dio su novedosa protesta. Los del 27N, en cambio, con la manifestación de ayer sólo se desentumieron. No van a pedir y no les van a dar reposo. Y ahora habrá pase de lista: quién movió a más, quién se quedó corto: más de una de las candidaturas de 2024 pudo haber cambiado de manos.
En la marcha de hace dos semanas José Woldenberg habló de un México que ya no existe. El país de la transición quedó a la deriva. No se hizo cargo de los más pobres, y alguien en nombre de éstos ha torpedeado, con éxito, reformas que llevaban décadas.
En la marcha de ayer Andrés Manuel habló de un México que tampoco existe. Reiteró promesas y auguró irreversibilidad de lo que ha comprometido, pero fue el suyo un discurso de casi puras buenas intenciones: no es cierto que haya cancelado la corrupción o el amiguismo, no es verdad el país de ensueño que delineó.
El futuro se dirimirá en las calles. Si los del 13N no entienden eso, entonces AMLO en la próxima marcha los humillará. Porque, no lo duden, de nuevo marchará.