El ruido de la fiesta morenista seguía cuando sonó el timbre. Con tanto alborozo por el triunfo de Claudia Sheinbaum a nadie había extrañado tanto gorrón. Pero esto era otra cosa, una presencia de verdad inesperada.
“¿Ustedes aquí? Digo, sí esperábamos tener noticias suyas, bueno, en concreto de ti”, apuntó el portero al de camisa roja, “pero no tan pronto. ¿Qué se les ofrece? ¿Quieren pasar?”.
“No, no, para nada”, repuso el de camisa azul, que no es que titubeara, es que la voz siempre le salía sin ritmo, como quien no se sabe si ya se arrepintió de hablar o quiere decir todo rápido. “Sólo vinimos a traerle un regalito a la doctora”.
“¿Quieren que le hable?”.
“Para qué la molestas”, se atravesó el de camisa roja. “Seguro tiene muchas cosas que hacer, no hace falta”.
Un poco perplejo, el de la puerta estiró el cuello. “Oigan, ¿qué ustedes no eran tres?”.
“¿Tres?”, dijeron al unísono camisa roja y camisa azul. “Nooombre”, agregó el segundo, que uno podría decir que por sus engoladas maneras era aprendiz de notario. “Siempre fuimos sólo éste y yo”, sonrió el de vestimenta colorada.
“Entonces, ¿qué fue del que siempre andaba de amarillo?”.
“¡Ah!”, dijo el de rojo. “No, sí, bueno no; pues ya sabes, así son las campañas; ahí andaba con nosotros, pero nada qué ver, le dábamos chance, y hoy de cualquier manera no podía venir. Trae un problema con sus números. Pobre, no le alcanza”. A cada palabra el de azul asentía con la vista fija en la puerta, como quien no ha dormido e infructuosamente intenta que no se le note.
“Hubiera sido bueno saludarlo justo hoy”, repuso sin ocultar la sonrisa quien portaba una cachucha con una C enorme como único distintivo y ya un poco incómodo porque los recién llegados traían las manos vacías. “¿Entonces?… para qué soy bueno”.
“¡Ah sí, el regalo! Porfa dile a la doctora que entendemos el mensaje de las urnas y basados en nuestro compromiso democrático y dado que es un momento de altura de miras, queremos tributarle un presente para nosotros muy especial. Dile que con todo gusto le regalamos a ella, y al movimiento con el cual históricamente el domingo cosechó 33 millones de votos…”.
“¡Que le regalamos nuestra permanencia!”, interrumpió el de azul que sabía que el de rojo podía echar rollo por horas. “Que no renunciamos, que estaremos hasta el último minuto legal –y si más se puede, pues más– en nuestras respectivas dirigencias partidistas...”.
“¿Cómo?”.
“Sí hombre, aquí blanquiazul y yo nos juntamos tras la derrota y acordamos que qué mejor que ella, que ya nos tomó la medida, que ya sabe nuestros pecados públicos, que conoce nuestra irrelevancia en la lucha política, nuestra inconsciencia del momento que se vive, la pobreza de nuestros resultados, la efectividad con que podemos acallar críticas internas, lo hechos que estamos a las manchas de la falta de éxitos, qué mejor que aferrarnos para que la oposición tarde cuanto pueda en iniciar cualquier esfuerzo de reflexión o autocrítica...”.
“Dile, por favor”, interrumpió por última vez azul a rojo, “que cuente con nosotros: vemos como el mejor de nuestros servicios a la transformación el impedir que alguien venga a intentar sanear nuestras casas, revisar lo ocurrido, corregir el rumbo. ¡Ah! Y que también estaremos a la orden cuando lleguemos al Senado. Se lo dirías, ¿plis? ¿No se te olvida?…”.
Y bajando la voz fueron caminando hacia atrás, radiantes por al menos haber sido recibidos en la puerta trasera del festejo de la ganadora. ¡Qué honor!