De nuevo viajé por el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. Y tengo más preguntas que respuestas sobre por qué no se usa más esa terminal aérea.
Hace seis semanas publiqué aquí que había ido al AIFA, que había probado algunas de las vías terrestres que ya lo conectan con la CDMX, que me había impresionado la dimensión de las instalaciones, su funcionalidad y que volvería a hacerlo. Este fin de semana reincidí.
La razón para volar por el AIFA fue estrictamente económica: mil 545 pesos viaje redondo Santa Lucía-Guadalajara por Aeroméxico. Dejar el auto ahí en el estacionamiento costó 418 pesos por las dos noches, y de casetas pagué menos de 200 pesos ida y vuelta. Para los que no conocen tarifas regulares a ese destino desde la capital, baste decir que habría pagado prácticamente lo mismo yéndome en ETN (963 pesos por trayecto).
Si resulta así de económico, ¿por qué entonces el vuelo de ida que tomé, uno de esos pequeños Embraer que usa Aeroméxico Connect, iba con apenas una veintena de personas, cuando en viernes desde el Aeropuerto Internacional Benito Juárez lo normal es que los aviones a GDL vayan completamente llenos?
Sin duda el primer factor que se me ocurre es que una cosa es tener conexiones terrestres, pero nunca será lo mismo pagar 450 pesos o más para llegar en Uber o taxi a la nueva terminal aérea que la mitad, o menos, para llegar al AICM. Así que ni vuelos como los de CDMX-GDL, que los viernes suelen transportar a muchos ejecutivos, van llenos.
A lo anterior hay que agregar el factor tiempo. ¿Quién en la Ciudad de México tiene horas de sobra en un viernes para calcular –por lo bajo– 60 minutos de trayecto al AIFA? La gente cree que el AICM está a media hora, aunque por el tráfico haga el doble, pero a eso está acostumbrada y, ya se sabe, romper un hábito es cosa difícil.
El gobierno de la República impuso el AIFA, pero no puede decir que esté teniendo éxito en su operación. En el presupuesto del año entrante, por ejemplo, hay una partida de 836 millones de subsidio para ese aeropuerto, el doble prácticamente de lo que hoy se le da.
Entre mis dos visitas pasaron dos meses y la actividad comercial dentro de la terminal aérea sigue siendo elemental: a principios de julio la librería de Educal estaba cerrada, ahora también; y El Farolito –que a finales de junio anunciaba su apertura– sigue sin abrir. Y lo que abunda en el AIFA son los anuncios de Se Renta Local.
Las terminales aéreas de Puerto Vallarta, Los Cabos y Cancún han superado los números de pasajeros internacionales previos a la pandemia. El aeropuerto de Guadalajara vive una pujanza que se traduce en mejoras y ampliaciones.
En el Benito Juárez, en cambio, experimentaremos una reducción sustancial de operaciones, lo que asfixiará –y encarecerá– la habitual forma de viajar de los chilangos, orgullosos de su vetusto aeropuerto en plena ciudad.
Hay gente que no quiere el AIFA porque le molesta AMLO. Se vale. Otros quizás hagan un mínimo acto de resistencia a no dar dinero a las Fuerzas Armadas, que operan el Felipe Ángeles, donde no hay un solo funcionario de civil, todos –los que te revisan, los que te conducen a tu puerta, los que te vigilan– son elementos de la Guardia Nacional. Salvo que, por si se nos olvida, la Armada también opera el AICM.
Al final, el AIFA no prende. Porque además de imponer, conviene convencer. Pero eso no se le da a este gobierno.