Hay quien cree que, pase lo que pase, el próximo presidente o presidenta será más moderado que AMLO.
No entiendo de dónde sale tal esperanza si las corcholatas convalidan, y hasta compiten por justificar, los desplantes de Palacio. Y para más muestra ahí está el caso de la joven Ariadna Fernanda, encontrada muerta en Tepoztlán.
Para valorar la postura que ha asumido Claudia Sheinbaum en este caso, conviene citar, de arranque, la rueda de prensa donde la fiscalía de Morelos dio a conocer sus peritajes iniciales sobre el deceso de Ariadna Fernanda.
En una nota, con videos, de El Sol de Cuernavaca, publicada en Twitter a las 11:41 am del viernes, se establece que para la fiscalía morelense 1) hasta ese
momento la muerte de la joven no es coincidente con un feminicidio, 2) que la causa del deceso sería broncoaspiración derivada de intoxicación etílica, 3) que de cualquier manera se agotará la posibilidad de que haya sido un homicidio, y 4) que estaban en colaboración con las autoridades de la Ciudad de México.
Hay una discusión legítima sobre si las autoridades de Morelos (había dos mujeres y dos hombres en la referida rueda de prensa) debieron proceder de forma distinta al informar sus diligencias periciales para no revictimizar a una joven: señalar con tanto detalle lo de la intoxicación etílica puede verse como un intento de cerrar premeditadamente las pesquisas, e incluso como la pretensión –nada rara entre nuestras autoridades– de culpar a la mujer de su muerte.
Pero el tono de esa rueda de prensa contrasta con el que 72 horas después utilizó la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, en contra de Uriel Carmona, el fiscal de Morelos, a quien acusó de encubrimiento porque éste tendría alguna relación con quien sería –de concretarse la teoría de la fiscalía de la CDMX– el autor del feminicidio de Ariadna Fernanda. La morenista anunció que llevará su acusación ante la Fiscalía General de la República.
Ariadna vivía en Ciudad de México, por tanto es más que positivo que las máximas autoridades de la capital se comprometan a que se esclarecerán los hechos, y a que no habrá impunidad. Pero la jefa de Gobierno fue mucho más allá.
Si el primer objetivo es evitar la impunidad en un posible feminicidio y –nada menor– la revictimización de una joven, ¿por qué Sheinbaum prefirió el camino de la confrontación y no la colaboración?, ¿y por qué ella misma difundió imágenes revictimizantes?
En nuestro centralismo parece impropio levantar la mano y pedir que se respeten ámbitos de una Federación. Sheinbaum puede criticar a un fiscal de otro estado, e incluso acusarlo de lo que desee (si es que puede probar sus dichos, por supuesto).
Pero estamos ante una conducta de alguien que hoy detenta no sólo poder institucional, sino simbólico: es vista como la candidata del Presidente de la República para sucederlo.
Por ello no sorprende que, tras las acusaciones de Sheinbaum, en Morelos, antes que demandar que se respeten los ámbitos de competencia, se activó una discusión para destituir al fiscal, personaje que es incómodo a un gobernador (es un decir) afín a AMLO.
Porque sabe lo que en ella está hoy depositado, Sheinbaum debería ser la más empeñada en respetar la autonomía de las fiscalías capitalina y morelense, y la más empeñada en agotar institucionalmente todo lo que sea necesario para esclarecer, y en su caso castigar, un probable feminicidio.
Usar su poder de manera contenida sería la mejor señal de que en un hipotético futuro sería una gobernante institucional, no una mercurial como YSQ.