Ya sean botones de emergencia o semáforos, la realidad es que la población escucha las advertencias de los gobiernos sobre el COVID como si de llamadas a misa se tratara. ¿Qué se puede hacer para lograr la conciencia ciudadana? Aquí una propuesta.
Quizá es poco pertinente la homologación de mensajes de Quédate en casa cuando la población no enfrenta desde un mismo lugar (sin un pago de pensión generalizado, por ejemplo) la petición de encerrarse.
Hay gente que no puede trabajar en casa porque en el autoempleo, formal o informal, la calle lo es todo. Hay gente a la que sus patrones la echará si se ausenta. Hay gente que ahora es cuando más trabajo tiene. Y hay gente que sale sin necesidad.
Para los tres primeros casos, el uso adecuado de cubrebocas podría ser la única diferencia entre la salud y la enfermedad, la vida y la muerte.
En el caso de los que salimos sin forzosa necesidad, quizá convenga un mecanismo drástico, uno que ayude a conocer las posibilidades de obtener adecuada atención médica en caso de necesitarla.
Ahora que se popularizará el uso de QR para entrar a establecimientos, quizá convendría que en ese trámite la gente llenara una breve encuesta antes de poder registrar su visita al sitio público. El resultado de tal encuesta podría traducirse en una calculadora de riesgo.
A partir de unas cuantas preguntas, cada persona podría saber qué probabilidad tiene de lograr una cama con ventilador en caso de necesitarla, y, sobre todo, qué le ocurre a esos que llegan a esa etapa crítica.
Por ejemplo. Llegas al café a ver a una persona, y antes de entrar, al escanear el QR del local, no podrás remitir ese registro en tanto no llenes la encuesta. En ésta, se te preguntará edad, comorbilidades, ingreso económico, si cuentas con seguridad social o seguro de gastos médicos mayores, si vives con más personas, etcétera.
Tras llenar el cuestionario saldrá tu probabilidad de encontrar espacio en el IMSS o en el ISSSTE, o en otra institución pública de salud, y en su caso en una privada. Pero también te dirá cuántos mueren en esa clínica a la que podrías entrar.
Porque la realidad es que las autoridades llevan meses dando una cifra irresponsablemente falaz. Sí hay camas, nos han dicho cada tarde, pero lo que no nos dicen son las tasas de mortalidad en esos lugares con disponibilidad.
Desde el inicio de la pandemia, el gobierno federal falló en una cosa esencial: nunca se puso como meta transmitir un mensaje central de riesgo, uno que galvanizara la idea de cuán impredecible es el Covid-19, y cuán pocas son las posibilidades de que se salga bien librado si se requiere un ventilador. Por ende, lo que conviene es alejarse de la posibilidad del contagio. Porque una vez ocurrido éste, todo es un albur. Igual y se pasa la enfermedad con síntomas moderados, igual se requiere hospitalización.
No es culpa de médicas y enfermeros del IMSS o ISSSTE que en esas instituciones estén los más altos índices de mortalidad. No se trata de estigmatizarlos, pero es lo que es. Y representan la única opción que podríamos tener la inmensa mayoría. Y no es una opción muy prometedora.
Faltan demasiados meses para que se vaya la pandemia. Y ya estamos todos hartos. Quizá se nos quite un poco el hartazgo de cuidarnos si vemos nuestra chance de conseguir una cama, y cuántos a pesar de conseguirla no vivirán para contarlo. ¿Suena drástico, amarillista? Llamen a su médico y pregúntenle si exagero.