Luz y sombra. La carrera de Arturo Zaldívar como ministro de la Corte tiene para todos los gustos. Se le ponderan antiguos lances tanto como se le desprecia la última época, esa que empata con el sexenio que ve su ocaso y al que presta un último servicio mediático.
La luz: resoluciones que marcaron los tiempos de Felipe Calderón. El caso de la Guardería ABC, donde buscó juzgar a la máxima instancia de responsabilidad burocrática para romper la sempiterna costumbre de castigar a pequeños chivos expiatorios. Y el argumento del “efecto corruptor” mediante el cual liberó a Florence Cassez, acusada de secuestro.
Sus colegas de la Corte no lo respaldaron en Guardería ABC, pero quedó el precedente. El segundo, si bien se votó en 2013, cuando Calderón ya había salido de Los Pinos, supuso un severo epitafio al expresidente, que lo había promovido a la Suprema.
Inteligente y astuto. Los mencionados casos denotaban algo que se volvió una tendencia cada vez mayor en el desempeño del ministro Zaldívar: su gusto por las cámaras, el enorme protagonismo que fue dominando su agenda, la preminencia que dio a ser mediático antes que juicioso.
Mezquino sería no reconocer que enarboló banderas urgentes y necesarias. Apoyó la inclusión y la agenda feminista. Puso su inteligencia al servicio de esas materias y también su astucia, porque sabía que su elocuencia abonaba a dar visibilidad a esos grandes pendientes de la justicia.
Cuánto de eso fue por mero convencimiento y cuánto por ganar reconocimiento será algo que algún reseñista logre eventualmente desentrañar.
Esa misma duda flota cuando, ya como presidente de la Corte, exploró medios novedosos para, supuestamente, tener mayor proximidad con la sociedad. ¿Servía a la justicia o se servía de la misma?
Republicano y servil. Si la Suprema Corte se mide por épocas, el paso por la misma de Zaldívar tiene, igualmente, la ya mencionada hoja de sus otrora desplantes frente al Ejecutivo, que abonaron al equilibrio de poderes, y la sumisión que eligió frente el actual, que incluso lo quiso reelegir ilegalmente.
La foto de Zaldívar de este martes en compañía de Claudia Sheinbaum cincela la renuncia del ministro a ser gente de leyes para volverse contingente de matraca. Si apoyó la militarización, por qué no ha de secundar la agenda que buscará mayoría legislativa para desmontar el poder que hoy abandona.
Visto bien, no cabe la sorpresa ante su renuncia, notificada ayer cuando todavía le restaba un año. Quizá ya se sienta secretario de Gobernación, cargo que podría argumentar que sí puede asumir en 2024. Quién quita y hasta estrene formalmente oficina por el Pedregal, digamos, para futurear.
Lo que es un hecho es que, de principio a fin, se entregó al lopezobradorismo. Ahora sólo tramitó su credencial. Cosa de recordar lo que se cuenta en pasillos de la Corte sobre cómo se inauguró en 2019 al asumir la titularidad del Judicial:
Pocas semanas antes de la elección de Zaldívar, su antecesor Luis María Aguilar enfrentó el primer paro en la historia del PJ: una protesta de jueces y magistrados en contra de recortes del lopezobradorismo que afectaban derechos laborales.
La protesta la encabezó el magistrado Luis Vega Ramírez, que presidía la asociación de jueces y magistrados. Apenas asumió Zaldívar en enero de 2019, su primer acto fue llamar al magistrado Vega Ramírez, y reclamarle que por qué se había opuesto así al Presidente de la República. Castigaron al magistrado con cambio de adscripción.
Si así arrancó su entreguismo, ayer le regaló a la virtual candidata una imagen para la campaña. En eso sí es congruente.