Sólo era cuestión de tiempo. Emilio Lozoya Austin reapareció en público y no fue en la Villa de Guadalupe. Lo hizo donde ya todo México sabe y de la forma en que ya todo México vio. Con esa reaparición le complica la vida al fiscal Alejandro Gertz Manero, pero a quien más daña es a Andrés Manuel López Obrador, cuyo discurso de lucha anticorrupción se torna de gelatina.
Lozoya cuidó hasta el máximo detalle su retorno a México cuando las autoridades lograron su extradición. Del momento de su detención en Málaga, España, en febrero de 2020, apenas si se conocieron imágenes. Al pisar tierras mexicanas los mimos de la fiscalía de Gertz Manero fueron tales que nadie lo vio en su arribo, ni en el posterior traslado al hotel, perdón, al hospital donde lo recluyeron. Y de ahí a casita.
En tiempos en que la imagen lo es todo, el exdirector de Pemex es todo menos un preso de barandilla. Nada de foto con uniforme para él. Qué bueno que no le exhibieron, pero que lo hayan respetado no necesariamente se debe al debido proceso –ya nos dijo López Obrador que él no cree en eso–, sino porque es evidente que ése es el trato acordado. Me tienen, canto la que pidan, pero no piso la cárcel ni el juzgado. Y todo le concedieron.
Más de un año ha pasado desde que Lozoya regresó a México tras haberse fugado a Europa; y lo que se le ha dicho a los mexicanos es que si él se corrompió desde 2010, fue para financiar una reforma energética que al gobierno de Peña Nieto se le ocurriría en diciembre de 2012, misma que cuajaría sólo un año después. Les dije que Emilio es súper cuidadoso con todos sus movimientos.
Eso sí, Lozoya parece haber perdido algo de memoria en todo este tiempo, pues le ha costado cinco declaraciones más o menos cuadrar los hechos que medio expliquen cómo fue que los millonarios sobornos que Odebrecht le dio acabaron en manos de panistas.
Días y fechas de supuestos sobornos que luego gente más metódica como Ricardo Anaya, o cero dispuestas a ser embarradas como Lourdes Mendoza, le han tumbado con relativa facilidad.
Antes del sábado pasado había bastantes dudas sobre si el Poder Judicial se plegaría a una fiscalía cuyo testigo ha dado poco más que testimonios basados en las figuras de dos personas fallecidas, unos videos nada contundentes y un zigzag de fechas sobre las presuntas entregas de recursos.
Luego del sábado el panorama cambió. A este gobierno le duele mucho ser exhibido. Lo sabe Peña Nieto que bajó el perfil.
Dijo la fiscalía ayer que su testigo le sigue aportando información. Ojalá sea cierto, porque lo que está en juego es mucho más que Gertz: es la promesa anticorrupción de AMLO, y al tabasqueño no le gusta ser visto como florero.
Lozoya iba a salir a un restaurante así porque es lo que le apasiona. Y, como bien enseña la película El secreto de sus ojos, basada en el libro de Eduardo Sacheri, uno "puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión". Y lo suyo es lo que vimos el sábado.
No tiene nada de malo ir al Hunan, conste, pero sí hacerlo cuando aceptaste ser el testigo del Presidente de la honestidad y la austeridad. Te ganó la pasión, Emilio, y contra ésa no hay defensa. Ni la tuya propia.