Tiene algo de torcido quien ve en Donald Trump una esperanza de que el gobierno federal “entienda” y “corrija”. Quien así piense está mal de su sentido patriótico. Ello sin decir que no comprende, a pesar de seis años, cómo opera Morena.
Trump es una pésima noticia para México. Por el dolor que ya ha causado a migrantes desde su anterior presidencia, y por sus insultos permanentes a las y los mexicanos, no puede ser normalizado.
E independientemente del personaje en cuestión, el injerencismo es incompatible con la democracia.
Los problemas que ya enfrentaba México como nación sólo se agravarán con su llegada, y la de impresentables en términos de derechos humanos, a la Casa Blanca a partir de enero.
Hay que hacer votos para que la presidenta Claudia Sheinbaum encuentre la fórmula para lidiar con el vecino híper-incómodo desde ya, porque si algo hizo Trump con su mensaje del lunes fue adelantar las presiones y las turbulencias.
México y su gobierno tienen argumentos para resistir en el tema económico, y experiencia en la negociación de los asuntos relativos a la migración. Es lamentable que se presuma que somos el policía migratorio de Estados Unidos, pero ya una vez eso contuvo al energúmeno.
En el narcotráfico la administración Sheinbaum luce con poco margen a la hora de lidiar con una exigencia, hipócrita en cuanto a que Washington es corresponsable en varias formas, pero cierta en que la desidia institucional mexicana se volvió lugar común.
La llamada de ayer entre la presidenta Sheinbaum y el candidato triunfador en Estados Unidos es una buena señal de la capacidad de maniobra del gobierno mexicano, pero está lejos de demostrar que se tiene cómo apaciguar el ímpetu xenófobo de la próxima Casa Blanca.
Es esperable que Palacio Nacional sobrevenda cada una de sus jugadas en esta complicadísima partida, con lo que, proponiéndoselo o no, sumará ruido mediático en una opinión pública donde el 1 de octubre no significó, para ninguno de los bandos, el aparcamiento de la polarización.
Igualmente, por desgracia, es predecible la tentación que no pocos en Morena tendrán para explotar políticamente al máximo el factor Trump.
Quien crea que ante esta coyuntura el morenismo revisará posiciones excluyentes en lo interno, o evaluará lo oportuno de la reforma judicial o de la desaparición de órganos autónomos, etcétera, pasa por alto que el cambio de régimen es la única prioridad de Morena. La única.
Así que además de lo que es legítimo –que el gobierno se asuma como defensor de la soberanía, y más este que viene de un proceso que en pocas palabras reivindica al máximo el nacionalismo–, el movimiento en el poder podría usar la crisis de manera oportunista.
Ese es un riesgo extra de lo que se vive. Que Trump sirva de coartada para cada tropiezo que en realidad se origine en decisiones atrabiliarias como las que ha tomado el Congreso, validadas por las dos Presidencias morenistas, desde septiembre.
Morena tiene un añejo discurso antiyanqui. Uno que empata muy bien con la psique mexicana en general, y que por supuesto tiene raíces históricas en los grandes abusos del vecino del norte. Pero es también una retórica que sirve para romperse en caso de otras crisis.
Lo mejor sería que los costos de lidiar con Trump fueran muy menores, y que eso eventualmente se deba a la capacidad de la Presidenta y su equipo.
De lo contrario, cada tropiezo del gobierno, en cualquier materia, será achacado a que “íbamos bien pero llegó Trump”. Remember la pandemia con YSQ? Pues así, como anillo al dedo.