El largo adiós de Andrés Manuel López Obrador hace necesaria una campaña de relanzamiento de Claudia Sheinbaum, presidenta de la República a partir del 1 de octubre.
La ganadora de los comicios del 2 de junio vivió un momento estelar ese domingo y por escasas jornadas a partir de tal proeza. Desde entonces, mucho ha sido cuesta arriba para la presidenta electa.
López Obrador proyecta una sombra que se hizo aún más espesa durante la transición, opacando la imagen de quien a pulso ganó la candidatura de Morena y la elección presidencial.
En este periodo de cuatro meses ha ocurrido lo que durante el sexenio: cuando AMLO dio en la mañanera nombres de quienes le gustaría ver en el siguiente gabinete, hubo varios “qué barbaridad, lo nunca visto…”, pero luego puso más fichas y ya nadie dijo gran cosa.
Se normalizó así la flagrante injerencia del que se va, en espacios que tocaba decidir a quien llega. El remate de tanto nombramiento amlista es, por supuesto, la incorporación a la dirigencia de Morena de Andrés Manuel López Beltrán, oficializada por… su padre.
Da para otra reflexión, por cierto, el trasfondo de otro mensaje que envía López Obrador, quien a menos de 20 días de que llegue su sucesora a Palacio no parece que desalojará oportunamente el departamento a fin de que sea remodelado para ella.
De manera que todo-todo en estos meses, y en lo que resta de septiembre, ha sido sobre el Presidente que ganó en 2018, no sobre quien ha de gobernar hasta 2030. Y aunque Sheinbaum participa en esta intensa gira del adiós, toca pensar en el 1 de octubre.
El presidencialismo mexicano da para muchas cosas si de culto a la personalidad se trata. Sin embargo, se vivirá algo prácticamente inédito. La medianoche del 30 de septiembre habrá que retomar, o hacer algo para reencender, el ímpetu de la candidata ganadora.
Nadie está hablando de una ruptura con su predecesor ni de desplantes efectistas de autoridad para, de manera hechiza, activar una conversación basada fun-da-men-tal-men-te sobre quien llega.
No. Mas se trata de algo no tan sencillo. Claudia tenía el 3 de junio eso llamado momentum. Un impulso claro por haber derrotado a gente más experimentada como Marcelo Ebrard, Adán Augusto López o Ricardo Monreal. Y porque sacó más votos que AMLO. Etcétera.
Tal ímpetu personal y político entró en una especie de pausa (palabra a modo al hablar de AMLO) y hoy sobran quienes ven a una presidenta que arrancará con demasiados acotamientos (temáticos o de colaboradores identificados con el tabasqueño).
Dicho de otro modo, y perdón por la analogía deportiva: el 1 de octubre ella saltará a la cancha después de haberse enfriado y luego de mucho tiempo en que no se le dejó entrenar a su propio ritmo. Un arranque así suena cuesta arriba.
Encima, es menester advertir que enfrentará una cosa común en las organizaciones cuando llega un nuevo liderazgo. Dado que muchos de quienes estarán en el gobierno de Claudia también lo están con AMLO, no faltarán los nostálgicos del anterior estilo de gobernar.
Es fastidioso y entorpece la marcha de un equipo el que no pocos integrantes del mismo recurran al “antes” hacíamos las cosas de manera distinta. Hacer que todos asimilen que el pasado es eso, no resulta cosa trivial y suele costar despidos y reestructuras.
Seguro los publicistas y los comunicadores de Claudia ya trabajan en el relanzamiento de Sheinbaum. A todo México le conviene que en 20 días todo mundo incorpore el clásico “el rey ha muerto, viva la reina”.