Estimada Lupita Jones.
Reciba un saludo y mis mejores deseos de que en estos tiempos aciagos usted y su familia se encuentren bien de salud y que así sigan.
Le aclaro una cosa, yo no estoy para dar consejos a nadie –sobre política o lo que sea– y menos a usted, pues no subestimo que en su carrera ha tenido aprendizajes que en lo bueno o en lo malo podrían parecerse, o superar, lo que vivirá por su decisión, según leo en la prensa, de ser candidata a una gubernatura, la de Baja California en concreto.
Y aclaro una obviedad. Hay gente que, a pesar de tantas cosas que hemos visto, lo primero que dirá es: “Una exreina de belleza se mete a la política”. Me parece que esa frase es no sólo tendenciosa, sino condescendiente. No soy de esos.
Usted es una mexicana con derechos, y uno de ellos es –claro está– participar en política. Usted sabe por qué ha decidido dar este paso, pero sus actividades del pasado no deberían ser la noticia. Rechacemos pues ese tutelaje, tan repetido inadvertidamente por la prensa, de que la política la hacen unas señoras y unos señores tocados de un don especial o un talento non. Quien la pretenda encasillar no respeta su libre albedrío, ni su trayectoria y quiere perpetuar ese mito de que la política es de enterados, que los ciudadanos no deberían inmiscuirse, que zapatero a tus zapatillas. Nada más equivocado. Ojalá más ciudadanos, de las más diversas profesiones, se animaran a participar activamente en la cosa pública.
Dicho lo anterior, aquí mis comentarios.
Lupita, puede optar por al menos dos caminos: saber o no saber. Si es por el primero, pregunte a quienes la invitaron sobre la verdad de las cosas, no diría que en la política, sino, para empezar, en las campañas: cuánto cuestan, quién las paga y, sobre todo, quién asume esas deudas. Haga que le digan la neta.
Recuerde que nuestro sistema electoral es muy caro, pero los costos oficiales de las campañas no tienen nada qué ver con los costos reales. Hay quien dice (Casar & Ugalde, por ejemplo) que por cada peso reportado a las autoridades hay 15 que inundan, por debajo de la mesa, las campañas. La mayoría de los recursos es en riguroso efectivo. Y otros en nada discretos apoyos que interesados padrinos pondrán a su disposición: camionetas, viáticos, hoteles, comidas, teléfonos para usted y sus equipos, etcétera, etcétera.
Saber tiene una ventaja. Le quedarán claros favores que tendrá que pagar, algunos de ellos incluso si pierde, por supuesto.
En caso de que decida no saber, pues tendrá algo de margen para, ocurra lo que ocurra, hacerse la sorprendida cuando alguien le mencione que hizo algo por usted. ¿Con cuál postura se siente más cómoda? Recuerde, pagar esas deudas de honor, pues no habrá papeles, puede incluir poner –o mantener– a jefes policiacos o a funcionarios que no le reportarían a usted.
Hacer campaña tiene cosas buenas, no sólo espacios oscuros. Pregunte sobre las costillas rotas, los brazos arañados, los moretones, las zangoloteadas que tendrá que aguantar por parte de las muchedumbres en todos y cada uno de los mítines. Demasiados acarreados, pero sin duda mucho pueblo. Eso no es para nada malo. Le dará una perspectiva única de quiénes somos los mexicanos a pesar de que usted ya nos conoce, pues nos ha representado.
Una última cosa. Llame a su tocaya Loaeza. Pregúntele por su experiencia como candidata, sobre cómo se sentía ahogada en un baño sucio.
Ahora sí, disfrute la campaña.