La de ayer fue una mañana normalita en Palacio. El Presidente se dio tiempo para contar un chiste, para imitar un enlace con Joaquín López-Dóriga, e incluso inauguró una pasarela que hace quedar al PRI como un partido que respetaba la autonomía del sindicalismo oficial. Todo el numerito de la mañanera en el mismo salón donde hace tres años la tijuanense Lourdes Maldonado le dijo que temía por su vida. Estamos bien y de buenas, dijo Andrés Manuel López Obrador 12 horas después de que mataran a esa periodista.
La mañanera comenzó puntual. El Presidente llegó al podio y nada dijo de su salud, ni de Lourdes y el crimen cometido en contra de ella, el segundo atentado que cobra la vida de un periodista en Tijuana en una semana. Saludó y siguieron alrededor de mil 600 palabras del quién es quién en los precios. Todo normalito. Terminado el rollo del de la Profeco, los videos semanales sobre las obras del gobierno hicieron que se escucharan otras mil 500 palabras. Quién quiere hablar de muerte si puedes hablar de fierros.
Llegó la hora de las preguntas. Y le tocó arrancar a una colega de la región donde han sido los dos asesinatos de reporteros en una semana. Mas eligió cuestionar sobre el testamento político que el Presidente anunció el sábado, luego del cateterismo al que fue sometido el viernes. Vale, la nota es la nota y el testamento es noticia. En ésa y otras respuestas sobre los temas de siempre, AMLO y sus paleros ocuparon 3 mil 800 palabras, ninguna a esa hora –pasadas por mucho las 8 am– sobre Lourdes la ejecutada.
Hasta que por fin otra colega preguntó por Lourdes Maldonado, por ella que en ese mismo recinto le dijo a López Obrador y a México que venía de Tijuana a denunciar que enfrentaba en un juicio laboral a un amigo del Presidente, a un colaborador del Presidente, a un representante del Presidente que sucede que eran tres y la misma persona, ése que luego se convirtió en un gobernador de escaso periodo y menor estatura democrática: “Temo por mi vida”, le expuso Lourdes en marzo de 2019.
Llegó el turno al Presidente. Cómo iba a condenar, cuál sería su compromiso… él, el orador estelar del desafuero, el campeón de las arengas en las plazas de México, el que habla todos los días tempranito, el de los informes trimestrales, el que pide que le llenen el Zócalo para decir algo, el que le habla a los desposeídos, el líder del país sacudido el domingo con la muerte de otra periodista, una que además él ubicaba porque fue a pedirle apoyo y justicia, qué iría a decir en nombre de Lourdes... Fue el parto de los montes: AMLO usó doscientas-setenta-y-tres palabras, y encima con poco énfasis, para lamentar el asesinato, mandar el pésame y pedir no adelantar conclusiones. Tan-tan.
Pasado el trámite, venga la normalidad, que no por nada para entonces ya había contado un chiste (malo) sobre espías, y había declarado que “estamos bien y de buenas”. ¿Que un bebé muerto fue traficado de Iztapalapa a Puebla, metido a una cárcel y tirado de ésta al basurero? Ahí les van 2 mil palabras presidenciales sobre lo malos que eran nuestros antecesores y su terrible herencia.
Ah, y Jesús, que los dos boletines de lopezobrador.org.mx de hoy sean de que Santa Lucía va, y de que los candidatos al sindicato independiente –es un decir– de Pemex nos visitan. ¿De la periodista asesinada? ¿Cuál periodista? ¿Cuál asesinada? ¿Vino a Palacio? ¿Cuándo? Mejor les cuento un chiste.