Nunca, en lo que va de su administración, el presidente Enrique Peña Nieto ha recurrido a sus predecesores para pedirles una opinión sobre los temas, problemas o dificultades del momento, como cualquier otro mandatario en cualquier otro país lo hace.
Peña Nieto no considera que sea relevante o que le ayude, y prefiere escuchar a los mismos consejeros de siempre. Esa patología en la toma de decisiones sólo le ha traído derrotas y dolores de cabeza.
Lo que más lo tiene preocupado es la frágil relación con el gobierno de Estados Unidos y lo dubitativo sobre cómo superar la crisis diplomática con el presidente Donald Trump. La confusión sobre las capacidades y fortalezas de México y su histórica aversión al riesgo y al cambio, lo tiene en buena medida en esta situación.
Se vio la semana pasada, cuando pese a las agresiones, los insultos y las humillaciones, la delegación mexicana de alto nivel que se reunión con el equipo de Trump, se quedó sentada en la mesa porque la convicción de Peña Nieto es que haber roto las pláticas habría tenido “consecuencias impredecibles”.
El miedo y la falta de arrojo de su gobierno frente al que quiere someterlo son notorios, y su poca disposición a escuchar experiencias en situaciones difíciles previas, le impide acumular conocimiento que lo ayude en la toma de decisiones. Quienes lo asesoran no tienen la experiencia para enfrentar negociadores con oficio.
El canciller Luis Videgaray tenía menos de cinco años cuando el presidente Luis Echeverría ignoró las amenazas de represalias económicas del presidente Richard Nixon si apoyaban el ingreso de China a la ONU, y salía de la licenciatura cuando el responsable de las negociaciones para la renegociación de la deuda externa, José Ángel Gurría, se levantó de la mesa y rompió las pláticas con los acreedores por las condiciones que querían imponer.
Francisco Guzmán, jefe de la Oficina de la Presidencia, ni siquiera había entrado a la universidad cuando el secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz, le dijo a su contraparte estadounidense, Robert Rubin, que si no los apoyaba su gobierno para superar la crisis financiera de 1995, el presidente Ernesto Zedillo estaba listo a firmar la moratoria de pagos. Ildefonso Guajardo, el secretario de Economía, el único que ha visto negociaciones de envergadura, lo hizo periféricamente como parte del equipo que llevó México para el armado del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Peña Nieto es neófito en esas lides, por juventud y falta de contacto con el mundo. Esto no lo haría menos capaz pero necesita, como el exitoso Ronald Reagan, uno de los presidentes más ignorantes que ha tenido Estados Unidos, escuchar de quienes sí saben. Peña Nieto ha vivido varias crisis sin hablar con ningún expresidente, pero uno de ellos, que pasó por varias, le acaba de enviar un memorando, en forma de artículo, en The Washington Post. Fue Zedillo, quien publicó el viernes un texto donde sostiene que las señales que ha dado Trump, es que no quiere al TLCAN ni una relación seria con México.
“Ha llegado el tiempo para admitir que las acciones del nuevo gobierno (de Estados Unidos) han cerrado, cuando menos por el futuro próximo, la posibilidad de lograr cualquier acuerdo a través del diálogo y la negociación que pudiera satisfacer a las dos partes”, apuntó.
“Esta es una situación triste y desafortunada, pero el esfuerzo de acomodar los deseos caprichosos del presidente Trump, han probado ser inútiles y no deben continuarse. Esto no es provechoso ni para México ni para Estados Unidos. Sería una pérdida de tiempo para el gobierno de México entrar en el juego de modificar el TLCAN con el gobierno de Trump.
Sólo si el gobierno de Estados Unidos presentara una agenda seria y clara de los puntos relacionados con el TLCAN, consistente con los intereses de los dos países, las autoridades mexicanas pueden moverse a restablecer el diálogo.
“En este momento, ese escenario es el más improbable, y lo prudente sería asumir que el presidente Trump liquidará el TLCAN. Por supuesto que esto sería costoso para las dos economías, y cuando menos en un principio, desproporcionadamente para México. Pero ese resultado no debe ser causa de desesperación en mi país. El TLCAN ha sido un instrumento excelente, pero no es el único entre las muchas herramientas disponibles para alcanzar las metas del crecimiento económico y el desarrollo. A diferencia de su vecino del norte, México debe reforzar el compromiso para abrirse y tener políticas económicas sólidas. No podemos hacer otra cosa”.
Las palabras de Zedillo son sensatas, y a diferencia de todo el gabinete de Peña Nieto, con mayor conocimiento y experiencia de cómo funciona la economía mexicana, la estadounidense y la global. Menos elaborada, pero igualmente clara, es la sugerencia del expresidente Felipe Calderón para explotar la ignorancia de Trump y su equipo más cercano, y utilizar la ficha negociadora de la seguridad regional, donde México juega un papel mucho más importante para la seguridad nacional de Estados Unidos de lo que su mismo presidente entiende. Peña Nieto no está solo ni carece de recursos para enfrentar a Trump y sus ocurrencias.
Un poco menos de soberbia, petulancia, miedo y complejo incluso por tanto que ignora, puede ayudarlo a darle la vuelta a su Presidencia, al gobierno y a la relación con Trump y Estados Unidos, si tan sólo entiende lo que necesita.