Las encuestas que se dieron a conocer esta semana sobre los niveles de popularidad presidencial coinciden en que López Obrador cuenta con un nivel de apoyo entre 60 y 70 por ciento. Podríamos decir que desde que inició el gobierno, la popularidad del Mandatario pasó de ser muy alta a alta, y que en ese nivel se ha estabilizado desde hace ya varios meses. El presidente rendirá su primer informe a la nación así, con una aprobación alta y estable.
¿Qué sostiene la aprobación del presidente? Antes de formular una respuesta, es importante recordar que la popularidad presidencial no necesariamente es un indicador de buen o mal gobierno; lo que indica es cuánto apoyo popular tiene un presidente en un momento dado. Ese apoyo puede tener diversas explicaciones, y el desempeño de gobierno es tan sólo uno de ellos.
En el libro The Macro Polity, publicado hace una década y media, Robert Erikson y sus coautores listan una serie de aspectos por los cuales consideran que la gente en Estados Unidos aprueba o no a un presidente. Una razón es que, efectivamente, evalúan su trabajo, pero la evaluación no se limita a resultados tangibles. También se incluyen las percepciones de si el presidente luce competente y en control de las cosas.
Si este aspecto tiene aplicación a México, podríamos decir que la mayoría de la gente aún no ve resultados concretos en diversas problemáticas que les interesa resolver: el manejo de la economía, la seguridad y la corrupción saca notas negativas. Sin embargo, la mayoría percibe al presidente como capaz, competente y en control de la situación. La mayoría de los encuestados valoran positivamente su liderazgo y su capacidad.
Un segundo aspecto de la popularidad es el grado de acuerdo o coincidencia con lo que propone el presidente, qué rumbo y qué políticas debe seguir el país. Ante la inseguridad, la mayoria de la gente cree que la Guardia Nacional es la apuesta correcta. Ante la corrupción, la honestidad del presidente va por delante. Ante la economía, la idea de que hay que favorecer a todos y no a unos cuantos difícilmente encuentra oposición. Las cancelaciones a estancias infantiles y programas sociales ha generado una mayoría de opiniones negativas, pero, curiosamente, éstas no se han traducido en desaprobación. Aún entre quienes se muestran inconformes con esas medidas, la aprobación al presidente es mayoritaria.
Un tercer y último aspecto es un tema de identidad. No todos, pero sí la mayoría de los mexicanos se identifica con él. López Obrador ha sido muy efectivo en cultivar una imagen de sencillez, de integridad, de trabajo y, quizás lo más importante, que le importa la gente, el pueblo. Esa reputación es uno de sus activos más potentes como líder político, y seguramente la defenderá al máximo. El sentido de identificación de la gente con él es invaluable; y esa es una de las mayores carencias que tiene hoy la oposición.
Si acaso se mueve en los siguientes meses, la aprobación podría ir recalibrando el peso de esos y otros posibles factores. Hoy por hoy, creo que el acuerdo y la identidad pesan más que la evaluación. En otras palabras, la empatía está pesando más que los resultados. Veremos si eso cambia.
Por lo pronto, la reciente encuesta de El Financiero muestra que el apoyo al Presidente es alto en general, pero es más alto entre las mujeres, entre los segmentos de mayor edad y con menor escolaridad. Por denominación religiosa, al Presidente lo aprueba el 66 por ciento de los católicos, el 85 por ciento de los cristianos evangélicos, y el 54 por ciento de quienes no profesan ninguna religión. Además, la aprobación supera el 70 por ciento entre quienes asisten a servicios religiosos con frecuencia, y cae a 60 por ciento entre quienes no van nunca a las iglesias o templos. Así los públicos más afines al Presidente.