El viernes 30 de agosto sucedió un hecho que podría asemejarse a lo que sucede en los frentes más cruentos del globo terráqueo. Sin embargo, la refriega no era una incursión del Estado Islámico contra el pueblo Kurdo; se trataba de un enfrentamiento entre una policía comunitaria y un cartel del narcotráfico en el límite de Jalisco y Michoacán.
Los pobladores de Tepalcatepec refieren que dos semanas antes de este ataque fueron bombardeados, todos los días, con mensajes que les instaban a dejar su municipio. Esta población de 60 mil habitantes, que vive principalmente de actividades primarias y el comercio, empezó a vivir el terror durante 14 días seguidos.
Desde una avioneta se les avisaba que la muerte sería el destino de quienes permanecieran en su domicilio. Esto lo sabemos gracias al reportaje “En el corazón de la Guerra” que el periodista Jacobo García realizó a propósito de las autodefensas de Michoacán.
La amenaza se cumplió. Una columna de cerca de una centena de hombres armados provenientes de Jilotlán, Jalisco, inició el ataque a esta comunidad. La sangre corrió y los disparos se efectuaron por seis largas horas. Nueve personas perdieron la vida y hubo una decena de heridos. Pobladores señalan que solicitaron el apoyo del cuartel militar localizado en Apatzingán. Sin embargo, los elementos castrenses no se aparecieron.
Hoy conocemos las versiones de la comunidad gracias a que el periodismo volteó a ver este notable caso de violencia, abandono institucional e impunidad. Algo similar sucedió la semana pasada en Culiacán.
Durante las primeras horas de los terribles hechos del jueves, las autoridades permanecieron herméticas y las especulaciones crecieron. Ya lo dijo la periodista Gabriela Warkentin: “Todo vacío informativo se llena al instante con lo que sea”. Ese vacío estaba repleto de terror y confusión.
Mientras que el gobierno federal mantenía sigilo sobre lo que sucedía en Sinaloa, las y los periodistas locales fueron quienes nos develaron la situación de la ciudad, sirviendo como una valiosa fuente de información para todo el país.
Entre noticias falsas, videos escandalosos de otros conflictos, mentiras y exageraciones de oficialistas y opositores, los periodistas se dieron a la tarea de informar. Entre bloqueos, llamas e incertidumbre, el periodismo nos volvió dejar ver una vez más su relevancia. Medios como Río doce o el Noroeste, entre muchos otros, fueron fundamentales para lograr entender las dimensiones de lo que se vivía en la ciudad. No es noticia que esa sea su vocación, pero siempre es conveniente recordarlo.
Al periodismo se le puede encontrar en una trinchera en Siria, en las manifestaciones callejeras de Quito o Santiago, o en los choques policiales con civiles en Hong Kong y Cataluña. El periodismo es vigente y necesario en este siglo de post-verdad y de ruido.
Las tentaciones de los actores hegemónicos siempre estarán en que se cuente la historia tal cual la dictan. Por eso, a la luz de los medios de comunicación que cierran en nuestro país todos los años, de los asesinatos a quienes ejercen esta profesión y a las dificultades económicas que vive el gremio, debemos pensar ahora cómo apuntalar al periodismo independiente del poder. ¿Qué tarea recae en nosotros para facilitar que esas personas valientes puedan desempeñar su profesión?
Toca comprar sus periódicos de vez en cuando. Si la economía lo permite, vale la pena suscribirnos o incluso apuntarnos a los esquemas de financiación colectiva, donde cada uno define la cuota con la que se puede apoyar cada mes, que medios como Animal Político o The Guardian han desarrollado. Hay que consumir sus contenidos, compartirlos y discutirlos con más personas. Y, finalmente, hay que defender al periodismo de los embates de quienes desprecian las verdades más allá de sus sesgos, intereses y clanes.
Debemos, pues, apoyar que hoy haya personas dispuestas a contrastar, consultar y divulgar información compleja a través de métodos ilustrativos. Debemos actuar para que haya cada vez más personas listas para retar el espíritu de gratificación instantánea de las redes sociales y por dedicarse a la tarea laboriosa –y casi nunca sencilla– de ofrecer hechos duros con los cuales contrastar todas las partes de la realidad.