Nuestra sociedad moderna necesita colaboración. Los retos que acompañan a la crisis climática, de desigualdad, de salud y desde luego de representación política exigen que más personas pongan sus manos para construir en común soluciones integrales, accesibles y replicables en cada rincón del mundo.
Esas soluciones deben pasar sin duda por los espacios más cercanos, cotidianos y locales. Incluso, aunque estamos hiperconectados, la vida cívica, de activismo y para la construcción de soluciones es profundamente presencial, analógica, offline. Desde las guardias vecinales o el mantenimiento de parques, gran parte de las actividades para procurar el bienestar y la calidad de vida son posibles gracias a la participación directa de las personas en sus comunidades.
Tan solo como ejemplo, las elecciones intermedias pasadas demostraron que la colaboración de la sociedad hace posibles cosas increíbles. Miles de personas dedicaron un día entero de servicio para participar como funcionarios de casilla, observadores electorales o representantes de partido para que millones pudieran ejercer el voto. Esta situación contrasta muchísimo con cómo se realizaron muchas campañas que alimentaron un discurso político de odio, clasismo y polarización.
Muchos políticos han decidido utilizar la narrativa de la división para exacerbar sus bases. No les importa si los argumentos son veraces o no, lo importante para ellos es enfrentar a un sector de la sociedad con otro.
Esta polarización, que puede o no dar grandes dividendos electorales al envenenar la discusión política, es totalmente nociva para la evolución de nuestra democracia, para presentar soluciones a los grandes problemas del país y apostarle a construir una visión de Estado.
Envenenar la discusión trae consigo el empobrecimiento de nuestra democracia. Primero, porque las propuestas quedan en segundo plano. Algunas candidaturas están más interesadas en sembrar miedo y señalar al “enemigo” que en presentar ideas y un proyecto que convoque.
Y segundo, porque pasado el periodo electoral, los spots de campaña, espectaculares y arengas desaparecen, pero la división entre las comunidades persiste: las que estaban divididas se dividen más y las comunidades que funcionaban quedan rotas.
En un país donde el deterioro de nuestro tejido social deriva en problemas gravísimos como la inseguridad, la crisis económica o la corrupción, basar los mensajes en empujar las diferencias entre nosotros solo contribuye a que los problemas más profundos de México se agraven.
Integrar a la sociedad en proyectos políticos no tendría porque estar orientado por el odio y el rencor sino todo lo contrario: por el sentimiento de colaboración, incluso entre los que piensan diferente a nosotros, quienes vienen de un lugar distinto o pertenecen a un grupo diferente al nuestro.
Ya pasaron las elecciones y los grandes problemas del planeta, de nuestro país y municipios; los grandes problemas de nuestros arroyos, bosques y parques permanecen. Por eso, desde cualquier espacio de participación política es necesario que se promueva un horizonte de responsabilidad y de miras que van más allá de la elección.
Un horizonte compartido para hacerle frente a la crisis de violencia y de falta de oportunidades. Un horizonte en donde pese menos la playera con la que hiciste campaña y sea más importante acabar con la depredación ambiental, encontrar a las personas desaparecidas y construir una sociedad sin opresiones estructurales. Un horizonte que reconozca que con las –necesarias e importantes– diferencias que tenemos como sociedad, también somos un país con una apremiante necesidad de dialogar y construir. Espero que ese horizonte nos guíe en los próximos años.