Lo que más me ha asombrado en las semanas pasadas de recolección de firmas ha tenido que ver con la activación de la niñez en nuestros foros, brigadas, espacios de encuentro o reuniones con vecinos.
De alguna manera esta presencia logra darle una dimensión distinta a la política y, sin darnos cuenta, con sus ideas aquello se ve menos áspero, más sensato y, sobre todo, mucho más terrenal. Dejamos de hablar sobre cosas etéreas y pasamos a hablar de lo que esperan de su parque, de sus escuelas y el transporte que usan. Sus ideas animan a ver más allá de nuestros prejuicios y nos hacen caer en cuenta que su perspectiva es quizás la más valiosa del lugar, pues lidiarán en un futuro cercano con las buenas y malas decisiones que tomemos durante nuestro paso por el mundo.
Algo hace su participación que me hace ver todo de manera distinta. Primero que nada genera una responsabilidad hermosa ¿Cómo incluirles en nuestra campaña más allá de actividades recreativas? Pero, quizás más importante aún, constantemente nos preguntamos en el equipo ¿Cómo podemos incluirles en el diagnóstico de este país?
Sus voces tienen mucho que decir, pero han sido desoídas de manera rutinaria. ¿Será que en esta etapa observamos el autoritarismo que eventualmente normalizamos en nuestra adultez?
Recuerdo muy bien que desde los diez años acompañé a votar a mis papás. Si bien es cierto que me interesaban muchísimo lo que sucedía en la contienda electoral, lo que verdaderamente me motivó a levantar temprano a toda mi familia fue la emoción de ir a las urnas por un rumor que me contaron en la escuela “Vamos a poder votar el domingo”. Eran tiempos donde las redes sociales o el internet aún eran cosa de muy pocos, por lo que no sabíamos si esa información era correcta o mero chisme.
Fuimos de los primeros en llegar a la fila. La Escuela Primaria Sara Robert fue donde les tocó votar a mi abuela y padres. Quedé pasmado, no podía creer lo que veían mis ojos, ese chisme de la escuela era realidad, los niños seríamos consultados sobre los temas que más nos interesaban. Hice la fila, cruce en la boleta los temas que me parecían prioritarios para México y me fui orgulloso a casa. En la noche, mientras las “elecciones de los adultos” eran transmitidas por televisión, esperaba con ansias saber qué tema nos interesaba más a la niñez. Pronto se supo que Fox había ganado, pero nunca dieron los resultados de “nuestra elección”, me sentí muy triste, estafado, silenciado.
El domingo sucedió algo que me recordó específicamente este pasaje de mi vida. Mientras yo daba un discurso en un parque, una niña de la audiencia se acercó a decirle a su mamá que ella quería firmar para que lograra ser candidato. La mamá le respondió que ella firmaría por las dos. La respuesta no la convenció, así que se organizó con otras niñas de su edad y juntas firmaron una hoja con la que me declaraban su visto bueno.
Me llevé esa hoja de apoyo, pero también muchas preguntas. Más allá de los discursos bellos sobre la niñez y la política, debemos usar nuestra creatividad para instituir nuevas formas para consultarles en nuestro día a día en la política. Debemos trabajar arduamente para impulsar el conocimiento de sus derechos, para que puedan gozarlos, defender lo que es justo y saberse valiosos. Pero, sobre todo, debemos aprender de la niñez y evitar la terrible condescendencia que nos caracteriza a la adultez, quizás este último punto nos permita ver que este país sí tiene compostura y futuro.