El sábado, durante el festival político y cultural “La Ocupación”, viví uno de lo momentos más intensos y conmovedores de toda mi vida. Entre banderas, abrazos y un sinfín de personas que clamaban por cambio me sentí acompañado. Después del anuncio los planes futuros de Wikipolítica, impulsar la agenda de este movimiento político en esferas locales y federales, pude disfrutar de la plena consciencia de estar vivo. Por momentos no paré de llorar, de gritar eufórico y de sentir el sueño de un cambio en este país. Serle fiel a ese instante de plenitud significa explicar las razones por las cuales llamamos desde ese foro a hacer política. Sirvan estas líneas para explicar la dicha del encuentro.
Hay un consenso: La política está sumida en una enorme crisis. Pareciera que todos los partidos, opinadores, teóricos y población en general acuerdan al respecto, sin embargo las respuestas a la crisis, en la mayoría de los casos, ha sido la continuidad del modelo. Administrar la inercia, le llaman. Cambiar el logotipo, hacer videos más bonitos, volver a simular, privilegiar al negocio, al amigo, al cercano, romper con la confianza de las personas de nuevo. Así se completa el ciclo de la tristeza, un ciclo que se ha repetido tanto que pocas personas creen que se puede romper.
Y no sólo es que la administración pública se encuentre sumida en una enorme desconfianza. La política es transversal y toca todas las dimensiones de nuestra vida. Ella nos hace hablar con el de frente, nos ayuda a resolver conflictos con la vecina o a organizarnos con los compañeros. Sin embargo la falta de diálogo se ha instalado y nos han hecho creer que frente a nosotros hay un enemigo y no otra persona con la cual podríamos cambiar este país. Nos insultamos dependiendo del partido que se apoya, de la edad, de la orientación, género o grado de estudios. México hoy refleja una polarización enorme. Nos pensamos Antártidas, yermas y aisladas, sin posibilidad de entendernos archipiélago, multitud y cardumen.
Por eso es importante invitar a hacer política. Yo la hago todos los días porque valoro al encuentro con la otra persona sobre cualquier otra métrica. No me creo que todo sea el PIB, ni todo está escrito en los informes de gobierno. Hay poesía en las personas que deciden ser solidarias, construir rebeldías, cuidar de la otra o usar las calles, a pesar que cada día da más miedo salir a ellas. Por esos milagros cotidianos de encuentro hay que hacer política.
Lamentablemente hemos desoído el dolor de este pueblo. El modelo político y de desarrollo permanecieron inmóviles, frente a la desigualdad, pobreza y terribles condiciones de vida de buena parte de la población. Por eso, hoy más que nunca, toca hacer política para que nadie se quede atrás. Para que los privilegios no se concentren, para que la libertad y la plenitud sean cotidianas y para que el medio ambiente se entienda como la casa común.
También será fundamental que esta discusión no se quede sólo desde las grandes metrópolis, en los círculos privilegiados, con los mismos. Será vital escuchar con atención el dolor con el que se vive en los pueblos y campo de este país. A mí me lo han contado decenas de veces: “Mataron al comisario del ejido la semana pasada, toda la ciudad tuvo miedo, fueron días difíciles, nadie se atreve a salir por la noche y ningún medio lo puso entre sus noticias”. “Nos han tratado de comprar nuestras tierras, cuando dijimos que no lo haríamos comenzaron las amenazas, vinieron camionetas que se paseaban todo el día por las casas de quienes queremos quedarnos en la comunidad donde nació nuestra madre”. “La clínica queda tan lejos que mejor nos aguantamos los dolores”.
Como podemos ver, la invitación a hacer política no tiene que ver con colores, votos o militancias, sino en todo caso de responder con generosidad y entrega para la construcción colectiva del país. En este momento, en esta emergencia generalizada, es vital alimentarnos de la utopía que canta que se puede aspirar a un país justo, incluyente y libre. Seguro al decir esto les van a decir que es imposible, nada más equivocado: nadie se baña dos veces en el mismo río, decía Heráclito varios milenios atrás, y este país puede bañarse en nuevas aguas, las que brotan de la fuente de nuestro sueños.