Los nuevos seguidores de López Obrador, gente de buena fe en su mayoría, se dicen impactados por el cambio y la apertura de este personaje que los ha recibido con los brazos abiertos en el partido de su propiedad, Morena.
Al tiempo: no hay tal cambio, es sólo conveniencia electoral.
Cuando disientan y quieran ejercer la democracia a la que estuvieron acostumbrados en sus instituciones políticas o gremios de origen, los van a aplastar. Y ya no será con latigazos verbales, sino con la fuerza del Estado.
Se van a arrepentir de lo que están haciendo, pero será demasiado tarde.
¿Me excedo? ¿Exagero? ¿AMLO ya cambió?
Hace apenas un año y medio, cuando su hermano Arturo López Obrador manifestó que votaría por el candidato Héctor Yunes en Veracruz (en consecuencia, no por el abanderado de Morena), AMLO lo desconoció públicamente como hermano.
"Yo ya no tengo hermanos”, dijo al enterarse que Arturo, hijo de su misma madre y padre, votaría en esa elección por otro partido, pues conocía a Héctor Yunes.
Así es que los nuevos adherentes de López Obrador deben tener claro que no entran a un partido, sino a una secta.
Respondió AMLO a su hermano Arturo en Facebook: “en la familia siempre hay gente que desentona, que le gusta acomodarse. Como se dice en el argot, en el hampa de la política, a colarse. Y son aspiracionistas, no tienen ideales, no tienen principios, por eso yo ya no tengo hermanos”.
A ver, Gaby Cuevas, Esteban Moctezuma, Tatiana Clouthier, Alfonso Romo, señor Fastlich, doña Olga, señora Aramburuzavala, entre otros, con todo el respeto que se merecen por su buena fe y trayectoria de bien, ¿cómo creen que los va a tratar AMLO cuando disientan? ¿Mejor o peor que a su hermano?
Por ahora todo es felicidad, sonrisas para la foto y un horizonte halagüeño. Es lo que busca López Obrador y está en lo suyo. Pero no hay que engañarse con que ya cambió porque da entrada a los que tocan la puerta de su campaña.
A ellos les abre los brazos porque los necesita en la foto para tranquilizar a empresarios y sectores reacios a su populismo.
Los suyos, sin embargo, son otros: Martí Batres, René Bejarano, la CNTE. Esos son sus aliados históricos, no los empresarios, ni los juristas ni los demócratas ni los librepensadores.
Pero algo ha aprendido de las dos elecciones presidenciales en que ha participado: no los luce mucho porque a ellos y a sus clientelas ya los tiene y asustan a un sector del electorado que busca estado de derecho y no revueltas, invasiones ni anarquía. Son sus incondicionales.
Requiere de la presencia de empresarios para captar nuevos votantes que rompan el techo del 32 por ciento que tiene luego de 18 años en campaña.
Con ese 32 por ciento no tiene asegurada la Presidencia, y le urgen empresarios de apellidos fuertes, demócratas desilusionados de otros partidos, para atraer a quienes temen a su populismo y desprecio por las leyes.
Así es que, sobre aviso no hay engaño. Otras naciones no llegaron al caos económico, político y social en que se encuentran, nada más porque sí.
Fueron víctimas del enojo mal encauzado de personas de buena fe, que llevaron al poder a líderes mesiánicos con políticas populistas.
Nada sería más ingrato que tener que escribir, dentro de tres o cuatro años, “se los dije”.