Que lo haga ella. De filosofía de Facundo a estrategia editorial. A los medios hay que acusarlos de intento de suicidio. Tanto que un día el esfuerzo acabará cristalizándose. Porque si la tecnología habilitó que cualquiera contara una historia, son ellos los que con gusto han cedido el micrófono y la estafeta a protagonistas emergentes. A costa de visitas se acepta lo que sea. Hasta que una niña haga su trabajo. Aunque sea por accidente.
La sociedad es superficial. De símbolos más que de sustancia. De emociones más que de verdad. La demagogia llevó a Trump al poder porque impactó en lo que muchos querían escuchar. América para los americanos. La misma demagogia mantiene a López Obrador como alternativa. Que el dinero de los ricos se reparta entre los pobres. Se consumen los discursos absolutos. La que besa a un bailarín en su despedida de soltera ha sido puta toda su vida. El que un día enfurece ante una cámara es la encarnación de lo de peor de los seres humanos. Y el que no marca la doble e al pronunciar la palabra leer es un pobre pendejo.
La risa se vale. Que una niña exhiba a un adulto siempre roba sonrisas. También se vale, y tendría que hacerse siempre, cuestionar las capacidades de un servidor público. Pero no que el principal recurso de los medios de comunicación para hacerlo sea producto de una improvisación infantil. De un error de pronunciación subjetivo dado que no existe una ciencia exacta para determinar qué tanto debemos marcar la presencia de esa doble e. Un error, que asumiéndolo como tal, no puede ser considerado un elemento inequívoco de ignorancia por parte del Secretario de Educación Pública. Otra vez la superficialidad. La vaguedad del discurso perfecto. O, en este caso, de la pronunciación perfecta.
Andrea actuó de manera espontánea. Fue honesta en su interpretación de lo que para ella era un error. Transparente como cualquier niño. Lo que siguió es culpa de los medios. Una celebridad del momento para que el linchamiento a un político en redes sociales produzca las visitas que no se logran a través de una investigación periodística. Como si la omisión de la e doble fuera la muestra fiel del deficiente sistema educativo que tenemos en México. El periodista, en el oportunismo de las métricas, ni siquiera se ha preguntado si él habría detectado como error el modo en que Aurelio Nuño pronunciaba la palabra leer. La niña exhibió a un político sin malicia de por medio. Y eso, ahora sí con malicia periodística, hay que aprovecharlo.
Más símbolos como muestra. Aurelio Nuño, con la responsabilidad de resolver uno de los más grandes problemas nacionales, hizo control de daños. No a través de la sustancia, que importa poco, sino de los gestos. Invirtió parte de su tiempo en ir al salón de Andrea para platicar con ella tras regalarle dos de los libros que él leyó en la infancia. Era importante que fuera así, porque mandaba el mensaje de haber leído al menos un 66% de lo que Peña Nieto fue incapaz de mencionar en la pesadilla de los tres libros. Platicó con ella. Le escribió una carta. No para elevar el nivel educativo de México, sí para limpiarse el lodo mediático que le había caído encima. Los medios quieren visitas; los políticos, aceptación.
De Andrea aplaudo la búsqueda de la perfección. Hacer notar cualquier posible error. De Aurelio Nuño cuestiono su capacidad. No por su deficiente pronunciación de una palabra, sí por las carencias evidentes de nuestro sistema educativo. De los medios repruebo la frivolidad. La investigación periodística es la que debería descubrir verdades, exhibir responsables y denunciar incapaces. Con datos como con el reportaje de la Casa Blanca de Peña Nieto. Con documentos como la investigación que reveló el escándalo de la pederastia en la iglesia católica. No así. No a través del intento de suicidio. Con una niña generando las visitas de la semana. Me preocupa el método de trabajo. De filosofía de Facundo a estrategia editorial. Que lo haga ella. Aunque tenga ocho años.
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