Este texto es un fragmento del libro “La Economía del Delito" de editorial L.D. Books, publicado con la autorización del autor Ricardo Monreal Ávila.
México y el mundo experimentan un entorno grave, caracterizado por el aumento sensible del crimen y la violencia, aderezado con la corrupción y la impunidad, que amenaza con desbordar los cauces institucionales de contención y de control fiscalizador, jurisdiccional y político.
Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que es un mal momento para los estados nacionales, en general, y para el Estado de derecho en particular; es un mal momento social, salpicado de irritación y de enojo de los gobernados, provocado por la corrupción, la impunidad, los altos índices delictivos, la desconfianza, la decepción, el desempleo, la falta de oportunidades, la carestía… Todo esto viene a generar un ambiente social desfavorable para la paz, la sana convivencia y el desarrollo del individuo y la colectividad.
Pero mucho de esto tiene que ver con las esferas del poder público, porque en el fondo estas formas de violencia son promovidas, auspiciadas o permitidas por los propios centros del poder político mediante la protección de los delincuentes, la excepción en la aplicación de la ley, la ausencia de una representación política auténtica y la falta de conocimiento y profesionalización de las autoridades.
Una democracia inacabada, procedimientos de selección (de miembros o directivos de los principales organismos públicos) dudosos y de parcialidad comprobada, ausencia de planeación y falta de visión de Estado; todo esto genera que los poderes constituidos —lo mismo en los órganos jurisdiccionales que en las cámaras legislativas o en los órganos autónomos— se integren por personas que obedecen a una élite incipiente, que influye de manera negativa en la conducción y desarrollo de la nave estatal, arrojando como producto de desecho más violencia y mayor criminalidad.
Esto último deviene en una verdadera crisis de representación que entorpece o posterga la necesidad de atacar los lastres nacionales. En los últimos años, el número de homicidios registrados en la República Mexicana se ha multiplicado exponencialmente: de 2006 a 2012, la cifra fue de 24 por cada 100 mil habitantes, mientras que en los países más desarrollados se observó una tasa promedio de homicidios, durante el siglo XX, de uno por cada 100 mil personas.
Lamentablemente, la clase económica privilegiada de nuestro país sigue enteramente enfocada en amasar fortunas al amparo del poder público, mediante componendas de élite en las cámaras o en el Gobierno, lo que a su vez se traduce en un mayor atraso, y provoca la ausencia de auténticos estadistas y representantes capaces y honestos en los diferentes órganos del Estado, cuya presencia se hace impostergable.
Esto tiene que ver con la impunidad. Esta última y la corrupción engendran mayor delincuencia. Asimismo, en el contexto de la teoría económica del crimen, entre los costos que lo anterior significa, además del gasto directo en entrenamiento o implementos necesarios para cometer el delito, se debe incluir el costo esperado del castigo, no sólo el de la multa o la cárcel, sino también el de la atrición moral (coincidiendo con Gary Becker) y de otros riesgos intangibles.
Es decir, en la medida en que haya más impunidad habrá más atracción para cometer el delito; en tanto haya más corrupción y puedan ser evadidos los castigos, habrá más posibilidad de detonar una espiral de violencia generalizada.
Por eso es que tenemos que generar claridad en este tipo de análisis, y resulta fundamental que las aproximaciones teóricas que tratan de dilucidar la relación entre la economía y el fenómeno delincuencial respondan los cuestionamientos respecto a la falta de justicia y ausencia del Estado de derecho, tópicos que están bajo el escrutinio permanente de la sociedad.
Debo confesar que al comenzar a escribir este libro creí que sería más fácil la investigación y su actualización. Pero no fue así. El tema de la economía del delito me pareció sumamente atractivo dadas las circunstancias cotidianas que la nación sufre en la actualidad, sobre todo reconociendo que en México es un tema de preocupación constante en la mente de sus habitantes; sin embargo, en el proceso de la investigación me encontré con dificultades para obtener la información; con la existencia de cifras negras y desconocidas; con el contubernio y la complicidad, nunca faltos de corrupción e impunidad.