Debo decir que desde el comienzo de la pandemia me parece que Claudia Sheinbaum ha sabido manejar la crisis de manera acertada, ha sabido transmitir una imagen de responsabilidad y sensatez muy lejos de la anarquía y la bobería en que se ha movido el gobierno federal. No ha de haber sido fácil para ella. Leal seguidora de López Obrador se le dificulta hacer movimientos que impliquen una percepción de división o distancia con el mandatario.
La jefa de Gobierno de la CDMX ha crecido notablemente con la crisis. Su asertividad y sencillez en la comunicación, le facilitó ganar un terreno que perdió durante su primer año de gobierno en el que las crisis la devoraban.
En su crecimiento también metió orden en su equipo –que al revés del federal cuenta con personas competentes y preparadas–, entre cuyos integrantes algunos se sentían nacidos para tuitear y que toda la vida consiste en estar en campaña. Claudia Sheinbaum avanzaba.
Una encuesta de Reforma le daba cerca de 20 puntos de ganancia en los últimos meses. Sin embargo, estas dos primeras semanas de enero han sido un verdadero callejón sin salida para ella. La pandemia, el inminente colapso del sistema de salud en la capital, el número de muertos y el de infectados, el regreso de la violencia, el encierro forzado, la economía detenida y, como broche de oro, el desastre del Metro citadino. Peor escenario está difícil encontrar. Para colmo, el Presidente y el gobierno federal parecen haber tomado una postura clara respecto de la CDMX: abandonarla. Puras presiones y directrices. Pero de apoyo, nada. Ni político, ni financiero.
Sheinbaum, como muchos de los seguidores y participantes en las batallas de López Obrador desde hace años, se han topado con que de pronto hay que lidiar con “los nuevos”. Estos grupos siempre aparecen en los momentos del triunfo y ya en el gobierno se las arreglan para tener posiciones de poder y competir con “los históricos”. Pasa en cualquier gobierno y el enojo de los que vienen desde antes es enorme y duradero. Más aún en ambientes radicalizados como el lopezobradorismo: “los nuevos” son extraños, advenedizos, oportunistas. En este caso concreto “el nuevo” es el nefasto Hugo López-Gatell. Este individuo es la cara de la irresponsabilidad y la frivolidad política y representa el fracaso de la estrategia contra el Covid. El problema es que Sheinbaum tiene que pagar los costos de esas babosadas, ella absorbe el efecto Gatell.
A Sheinbaum se le amotinaron los restauranteros de la ciudad. Creo que, como dice la jefa de Gobierno, no es buen momento para abrir, pero también es entendible la desesperación de quienes ven sus negocios quebrar y dejan a la gente sin trabajo. Cierto que debe dar coraje a los restauranteros ver los negocios informales en la calle continuar con sus servicios.
Pero el problema para Sheinbaum es cómo le pide a la industria un esfuerzo cuando el titular de la estrategia de combate al virus se la pasa fajando en la calle o asiste en fin de año a una playa nudista feliz y contento. No solamente es frívolo, es un imbécil. Y claro, el costo lo pagan otros.
La CDMX enfrenta una encrucijada de difícil salida. A los restauranteros seguirán otros sectores económicos para demandar la apertura de sus establecimientos mientras el virus avanza incontenible. Algo tendrá qué hacer Sheinbaum con los múltiples problemas que se le agolpan. Y lo tendrá que hacer antes de que a Gatell se le ocurra organizar una tamalada en el Zócalo y abra un local para dar clases de lambada ante la complacencia presidencial. Total, Claudia paga.