Qué bueno que todo salió bien en la reunión trilateral de México, Estados Unidos y Canadá. La verdad es que no tenía por qué salir mal. Son reuniones diseñadas para darle una buena nota a los presidentes, generar información y expresar buenos deseos a todos, menos a China.
Para López Obrador la reunión representó una buena oportunidad de salir del país en un contexto diferente al que hizo hace unas semanas a una sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, en el que dio un discurso fuera de lugar y de tono, y que tenía más bien un tufillo lastimoso y cursi, del tipo Miss Universo, en el que deseaba que no hubiera guerras y que se acabaran los pobres y que todos fueran felices.
La reunión de los tres amigous tenía orden y dirección. Al Presidente mexicano le convino el encuentro, pues le permite mostrar a sus seguidores que se puede salir al lado de otros presidentes sin problema alguno, para que sus fans digan que es un estadista de alcance mundial y que sus planteamientos fueron escuchados, si no es que copiados, por los mandatarios de América del Norte. A sus adversarios les sirve para insistir en el aspecto cerril y provinciano del Presidente, decir que no tiene idea de dónde está parado y que no para de hacer osos. O sea que, como todo en este país de tres años a la fecha, es buen material para la polarización.
Quizá de los tres, quien tiene más consolidado su liderazgo nacional sea el propio López Obrador. A Trudeau le fue mal en las pasadas elecciones y Biden sigue batallando con la derecha radical, que no lo suelta. En cambio, el mexicano hace y deshace sin problema alguno, con amplio reconocimiento a su persona y aplausos de los suyos por los insultos y bofetadas que le pone a la oposición y a todo lo que se le quiera oponer. Pero ésa es la política local mexicana, que en estos tiempos de la cuatroté es una mezcla de populismo con fervor religioso y nacionalismo trasnochado.
En Estados Unidos el Presidente mexicano tuvo que asistir a un evento de alta política a pesar de que a él lo que le gusta es la placeada, meterle a la memela y a la garnacha, repartir dos que tres mentadas de madre, ir a macanear un rato y retirarse a dormir. Acá se puso traje nuevo, se boleó los zapatos, usó tapabocas y al parecer no habló con la boca llena ni eructó en la mesa. Para quienes esperaban algún desplante grosero por parte del mandatario, se quedaron con las ganas.
Claro, nunca falta alguna buena anécdota, como eso de agradecer que no nos traten como si fuéramos “el patio trasero” o lo de ponerse a hablar sin detenerse por varios minutos para que la traductora pudiera hacer su labor debidamente. Pero son detalles. Tampoco es que Peña Nieto se viera muy imponente en sus visitas a otros países.
Nada hay nuevo más que una buena nota. Lo importante de ese tipo de reuniones es no regarla, y con eso ya está todo medianamente arreglado. Cada presidente mexicano siente que con él se inaugura una nueva época en la relación con los poderosos vecinos; sienten que dan grandes discursos en los que defienden la soberanía nacional como si fueran los niños héroes y que son muy respetados y admirados por sus colegas. Así pasa siempre con los tres amigous. Las escenas de siempre con diferentes personajes.