La semana pasada, en los mercados financieros hubo una reacción positiva luego de conocerse los datos de la inflación de julio en Estados Unidos.
El incremento mensual del índice fue cero. Es decir, no hubo inflación.
No se había presentado una circunstancia así desde el mes de mayo de 2020 al comenzar la pandemia.
El factor determinante para explicar este comportamiento fue el precio de los energéticos.
En promedio, la energía en julio bajó en 4.6 por ciento, pero, por ejemplo, los precios de la gasolina tuvieron una caída de 7.7 por ciento en el mes.
La explicación de este comportamiento tiene que ver con la tendencia de los precios del petróleo.
El crudo WTI llegó a su máximo en esta etapa el pasado 9 de junio, cuando alcanzó los 122.1 dólares por barril. Al cierre del viernes pasado, se registraba ya un retroceso de 24.5 por ciento respecto al máximo.
Las perspectivas de un menor crecimiento global, que demandará menos crudo, al mismo tiempo que el leve aumento de la oferta por parte de los países de la OPEP, condujeron a esta reducción y al hecho de que los precios al consumidor en Estados parezcan haber llegado a un máximo.
No es el caso para todos los productos.
En el caso de los alimentos, el incremento de julio fue de 1.1 por ciento, el segundo más alto de todo este año, a tasa anual el alza fue de 10.1 por ciento, y estableció un nuevo máximo desde septiembre de 1974.
Los precios de diversos bienes agropecuarios no han cedido y, de hecho, aunque habían bajado hasta la mitad de julio, volvieron a emprender a partir de entonces un camino alcista.
Este comportamiento anticipa que en Estados Unidos lo más probable es que el alza de las tasas de interés empiece a suavizarse a partir de ahora.
La expectativa es que el próximo 21 de septiembre, cuando la Reserva Federal dé a conocer su próxima decisión de política monetaria, se tenga un incremento de 0.5 por ciento y ya no de 0.75, como ocurrió en las dos reuniones previas, con un horizonte de bajas más moderadas en el futuro.
Los datos de México muestran una realidad diferente.
El crecimiento mensual del índice fue de 0.74 por ciento en julio. Si bien la cifra fue inferior al 0.84 por ciento del mes previo, fue de las tasas más elevadas de todo este año. A tasa anual no hubo ningún retroceso y alcanzó el 8.15 por ciento y fue el máximo desde diciembre del año 2000.
A diferencia de lo que ocurrió en Estados Unidos, donde el precio de la gasolina bajó en 7.7 por ciento, en México el precio del combustible de bajo octanaje subió en 0.56 por ciento.
Como en nuestro vecino del norte, el precio de los alimentos siguió cuesta arriba y tuvo un alza de 14.9 por ciento a tasa anual, mucho mayor que la inflación general.
¿Qué es lo que ocurrió en nuestro país?
La política de reducción del IEPS a las gasolinas, así como del virtual control de precios en el gas LP limitó el impacto que los precios de los combustibles tuvieron sobre la inflación general en los meses previos.
Ahora que los precios de esos energéticos se han venido para abajo a nivel global, han tenido una escasa repercusión en la inflación general en México, pues no habían subido mucho.
En donde se ha notado un cambio relevante es en el subsidio a las gasolinas. Esta semana, será la primera desde hace cinco meses que se reduzca el subsidio en el IEPS a la gasolina magna o de bajo octanaje.
Esto es un hecho positivo para las finanzas públicas.
Sin embargo, quiere decir también que, en México, quizás todavía nos falten varios meses antes de que veamos un cambio significativo en la tendencia de la inflación, como el que ya se apreció en Estados Unidos.
En la próxima reunión de política monetaria de la Junta de Gobierno del Banxico, que será el 29 de septiembre, será difícil que las tasas no suban al menos medio punto porcentual adicional, con lo que estarían llegando a 9 por ciento, un nivel nunca visto desde que existe este instrumento monetario.